viernes, 4 de agosto de 2017

Tu especialidad, mi felicidad

Ni los tuyos ni los míos. Los míos incluso menos. Nadie puede entender, ni si quiera imaginar lo especial que era lo que tú y yo teníamos. Lo especial que nos hacíamos y lo especial que nos quisimos. Aunque se veía a leguas lo jodidamente especial que eras. Lo especial que era yo cada vez que me mirabas de esa forma que sólo yo veía. Esas cosas que me decías, la manera en que me contagiabas tu sonrisa.
Casi 22 meses después siguen atormentándome los porqués que jamás podrás contestar, los miedos, la rabia, el puto dolor.
Tú eras el amor de mis sueños, volviste a ellos sin más y a veces te conviertes en pesadilla. Y sólo me queda desear que nunca se me olvide tu bonita cara, tus preciosos ojos color cocacola y cada uno de tus lunares así como tus huesos clavándose en mi cuerpo cuando nos abrazábamos fuerte. Y te sigo buscando en cada constelación que inventamos, en cada ola del mar y en cada estúpida cosa azul que me rodea. Y sigo oliendo tu ropa y besando tus fotos, tus cosas. Cómo si pudieran llegarte esos besos.
No te imaginas lo duro que es vivir sabiendo que nunca, jamás conoceré a nadie tan mágico como tú, que me vuelva mágica a mí. Nadie que pueda estar a la altura a la que estabas tú, a la altura de lo que creamos. Mierda, que puta rabia.
Una vez más te escribo porque te sigo echando de menos, inutilmente. No sabes cómo siento todo lo que está pasando con tu madre y no poder hacer nada para ayudarles y no soy capaz de entender como la vida puede ser tan sumamente hija de puta con tan buenísimas personas. Injusto. Todo injusto. Y luego la gente creyendo en Dios, si existe te aseguro que es un hijo de la grandísima puta.
Te quiero, mi vida. No imaginas cuánto.