lunes, 19 de septiembre de 2016

Dulces sueños coloridos

La primera vez que viniste a dormir a mi casa, el último día antes de dejarte en la estación, fuimos al Ikea a desayunar con mi padre y ha comprar algo con el descuento que nos hacían. Allí me compré mi paraguas granate, porque como no podía ser de otra manera, llovía. Al pasar por la sección de las fundas de la cama, había unos rotuladores que eran para pintar las sábanas y las fundas del edredón y crearte una personalizada. Así que no lo pensé dos veces y me hice con un paquete, te prometí que te pintaría una funda de almohada con todos los colores por las dos caras, y que la próxima vez que nos viésemos te la daría.
Pues bien. A partir de ese día todos los fines de semana cuando te colgaba el teléfono por las noches, después de horas y horas hablando, me ponía en los cascos canciones que siempre me hablaban de ti y me pasaba otras tantas horas pintándotela. Después de comer, antes de que hicíeramos skype, en un descanso de estudiar... me pasé un  mes dedicándole horas. Este fue el resultado:


Menuda cara pusiste cuando te la di. Aunque no me pude aguantar y de vez en cuando te enseñaba algún trocito por skype. Te encantó. No sé cuántas veces me dijiste que lo habías leído, no sé cuántas noches, no se cuántos días. Me contaste que una vez bajaste corriendo las escaleras de tu casa para enseñárselo a tu madre, loco de contento.
Puse todo mi amor en cada una de sus colores, le dediqué todo el tiempo que pude, todo el amor que tenía. Y jamás pude imaginar que ocho meses después volvería a tenerlo encima de mi estantería y mucho menos que tú jamás volverías a leerlo.
Ahora lo miro y me acuerdo de como te brillaban los ojos, de lo rojo que te ponías. Creo que es uno de los regalos más simples y bonitos que he hecho a alguien en toda mi vida. Como me alegro de que ese alguien fueses tú. Y de todos los besos que me diste a cambio.
Pero ahora seré yo la que no se canse nunca de leerla, porque en esa estúpida funda de almohada hay más recuerdos, momentos y sentimientos grabados de los que nadie pueda si quiera soñar.
Azules noches, bichito Lila.
Te quiero -

¿Y qué es la vida?

Un continuo e interminable cambio. Todo funciona a base de cambios, los cambios son la base de la vida. Nada es estático, todo se mueve, da la vuelta, se invierte. Constantemente. ¿Cómo ha podido cambiar todo tanto? le pregunté hace poco a una amiga. VOLVERÁ A CAMBIAR. Me respondió. Y es verdad. Esta situación no durará eternamente, porque nada es eterno salvo los cambios. Salvo el hecho de cambiar, mejor dicho.
Y es que la vida es, literalmente, increíble. Nunca tendrás la que imaginaste, nunca saldrá todo como lo planeaste. E, inevitablemente, vuelves a imaginarte una nueva que jamás llegará. Hay cosas que nunca pensaste que te pasarían, pero te pasaron. Otras que esperaste con fuerza pero nunca llegaron. Hay personas que fueron imprescindibles en ella durante mucho tiempo y, aunque pensaste que lo serían siempre, ahora a penas las reconoces. Otras aparecieron como por arte de magia y de momento se han quedado. 
Han pasado 11 meses, 11 largos meses de cambios, de incontables cambios pero, hay otras cosas que todavía no cambian. Sentimientos, echar en falta, la pena, la nostalgia. No cambian las ganas de verte, aunque cambien de domicilio. 
11 meses en los que mi vida ha pegado el cambio más grande al que se ha enfrentado, al que probablemente se enfrente. Y no ha parado de cambiar, de girar a velocidad de vértigo. Y aun así sigo teniendo la sensación de que necesito un cambio. Otro más. Más grande. Pero no sé a dónde, no sé de qué. Algunos cambios los elegimos nosotros, pero la mayoría nos vienen impuestos por alguna extraña ley de la física cuántica que no podemos conocer, que no sabemos descifrar. Y supongo que eso es lo bonito y lo aterrador de la vida, que nunca sabes dónde te encontrarás el próximo cambio, que no sabes nunca si será a mejor. Por eso creo que en la vida lo importante es no acomodarse, no acostumbrarse a nada. Excepto a seguir cambiando. De ropa, de vida, de planeta. 
Pensé que siempre estarías para defenderme, y el error fue confiar en que la vida no te arrancaría de mi lado, en que compartíamos los mismos cambios, que daríamos todas las vueltas juntos. Y con esto al final he tenido que aprender que los cambios los hacemos solos, porque cada uno tenemos los nuestros propios y son personales e intransferibles. 
La vida es increíble, hay que aprender a ajustarse a ella, estar dispuestos a ser unos aventureros que, sin equipaje podamos enfrentarnos a lo que se nos venga encima. Yo personalmente no tengo ni puta idea de como se hace, y la situación casi siempre me supera. Pero he aprendido que puedes llorar y gritar todo lo que quieras, porque no te mueres, es imposible morirse de pena, de miedo o de rabia. Así que no quedan más cojones que esperar temblando que vuelva a cambiar la vida, con miedo, sí, pero sobretodo con intriga.
Ojalá me hubieses enseñado a ser tan valiente como tú lo eras, mi vida.

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Lluvia de otoño

Será que llueve, que el otoño vuelve y trae de nuevo esa tristeza, porque el otoño es la estación más triste del año. Y más desde que te fuiste, que me pasé los meses recorriendo las calles mojadas, mezclando mis lágrimas con las del cielo que lloraba por no poder verte. Los pies fríos, las botas negras. Los cascos de música, el viento en la cara. Las hojas secas volando en círculos. El olor a humedad. Días de frío. De no saber dónde sentarme a pensar. Días de otoño, de triste otoño que vuelven a mí una vez más, un año después, para susurrarme que no estás. Irónico que cada vez que nos veíamos se pusiera a llover y que la lluvia siempre me recordase a ti. Irónico que el día que te fuiste no paraba de llover. Que los meses siguientes llovieron cascadas. Que en mis ojos la lluvia sigue cayendo por los tejados.
Será que llueve y estoy en el sofá con la manta mirando el arsenal de películas de Disney que podríamos tragarnos ahora. Comiendo lacasitos de colores, regalices rojos. Bebiendo cerveza. O tumbarnos a escuchar música mientras nos acariciamos las manos, el pelo, sin decirnos nada. Dejando hablar a las canciones que tan bien nos conocían. Podríamos estar pintando, podríamos estar durmiendo abrazados, haciéndonos el amor. Podríamos estar contándonos cuentos. Coger ese paraguas y salir a saltar los charcos, a empaparnos. Pero no. Y aunque se me ocurren cien mil cosas que podríamos hacer, me quedaré aquí. Sentada. En este sofá, entre estas cuatro paredes que tanto nos han escuchado. Que tantas horas nos han visto. Recordando. Pensando en lo ilusos que fuimos al pensar que envejeceríamos el uno junto al otro. Que algún día nos casaríamos, pensando el nombre de nuestros hijos. Que ilusos fuimos al pensar que nos quedaba tanta vida por delante, tanto tiempo que aprovechar. Tantos viajes, tantos bailes. Que ilusos. Apenas unos meses más. Y ya está. Y hay tantas cosas que te necesito contar, tantos consejos que no te puedo pedir, tanto apoyo que no sé donde buscar... tengo miedo y no sé a quien llamar. No tengo a quién abrazar, a quién despertar a las 5:37 para que se vaya a trabajar. No tengo a quien echar tanto de menos. A quien tener tantas ganas de comerme a besos. A quien escribirle cartas, canciones y hacerle dibujos a todas horas. Joder, que falta me haces. Y eso que me propongo seguir para a delante, volverme independiente, no volver a necesitar nunca, nunca, nunca a nadie. Hacerme fuerte, invencible. Pero no es tan fácil. No es nada fácil, de hecho. Tú eras mi fuerza, mi vida.
Ayer me puse un momento tu camiseta favorita, la verde del bigote. Era como llevarte puesto un ratito porque genialmente sigue oliendo a ti con fuerza. Me sentí tú y me dieron ganas de comerme. Y me puse triste, porque te quedaba setecientas millones de veces mejor a ti. Leí un par de cartas y de cosas que encontré haciendo limpieza pero tuve que parar porque no quería llorar más. Que increíble me parece pensar que hayamos llegado a querernos tanto, tantísimo mi amor. Y que ya nunca más. De la noche a la mañana se acabó.
Parece que sale el sol, quizás luego salga a pasear... a ver si me encuentro algún pedazo de ti en este otoño que empieza a llegar.
Te quiero un martillo gigante Lila.
Aliolis azules


miércoles, 7 de septiembre de 2016

Ojalá no estés

Hola vida, cuántos días sin escribirte. A penas he tenido tiempo de descansar. Los exámenes me han salido bastante bien, menos mal. Aunque todavía no he terminado. Me encantaría poder llamarte para contarte las que he fallado, las que he aprobado, para oírte decir lo orgulloso que estás de mi y lo mucho que te alegras. Que no me castigases sin verte. ¿Te puedes creer que ya estemos en septiembre? A mí me cuesta, me cuesta muchísimo pensar que hace un año estábamos planeando mi cumpleaños, el que iba a ser el mejor de mi vida. De la historia. Ya casi ha pasado un año desde la última vez que pasaron muchas cosas, la primera vez que muchas se acabaron y que todo cuánto conocía, cuanto sentía y cuanto creía saber se esfumó para dejar paso a una desolación que se lo llevó todo. Que lo cambió todo. Ha pasado mucho tiempo y puedo decir, no sin un nudo en la garganta, que me he ido acostumbrando a la situación, pero sigo sin superarla. Es verdad que día a día intento centrar mi vida, intento reorganizarla... pero es tan complicado... tú eras el orden de mi kaos, ahora sí que mi vida es un kaos constante, un desastre absoluto. Como un laberinto que no tiene salida y da igual lo mucho que la busques porque, no puedes encontrarla. Así que haces vida en el laberinto, aprendes a vivir en él. Es complicado porque, a veces, sobretodo cuando es de noche, da un poco de miedo y te sientes solo. Y no es que te sientas perdido, es que sabes que lo estás. Todos los días mis amigos y mi familia se pasan por allí e intentan sacarme. Pero creo que no estoy lista para escalar las paredes todavía. Necesito quedarme un ratito más. A veces me gusta estar sola, perderme por las calles como si no conociera a nadie, como si no me conociera a mi misma. Escuchar música que no entienda con el volumen a tope y tratar de no pensar. Porque siguen volviendo, Lila. Siguen volviendo aquellos horribles días en el hospital. Y vuelve ese olor... esa voz diciendo que te habías ido, que nos habías dejado. Vuelven los gritos de tu madre taladrándome el tímpano y vuelve ese silencio. Esos instantes de cámara lenta, de evasión, de pesadilla. Vuelve tu cara de muerto. Tus labios fríos. Y vuelve la última conversación. El último abrazo, la última despedida en la estación de autobús. Y la última cerveza, la última comida. Vuelve todo. Las duchas de agua fría, las constelaciones, tu terraza, aquel bar. Los dardos, el cine, el pollo frito, los muelles de la cama, el despertador a las 5:37, todo vuelve. Vuelve porque no se ha ido. Porque no se va. Y aunque haya pasado un año, aunque ría, aunque cante, aunque baile, aunque beba, aunque me lo pase bien, aunque disfrute, aunque viaje, aunque conozca gente, aunque no pare... duele. Es inevitable. Y duele. Sigues doliendo como aquel instante. Como ese mensaje que dice que te están llevando en una ambulancia al hospital. Como el abrazo que me dio tu padre cuando entré por la puerta de la UCI, duele como tocarte la piel fría, como morderte la oreja y no verte reaccionar.
Ha pasado casi un año y no sabes, mi vida, no puedes saber todas las cosas que han pasado, todas las cosas que han cambiado, tantas, tantas, tantas cosas... y en todo este año no ha habido un solo segundo en el que no haya deseado con todas mis fuerzas que estés a mi lado. Que aun que no pueda verte estés conmigo todo el rato, que oigas lo que pienso, que sientas lo que siento.
Pero, anoche, por primera vez, desee aún más fuerte que no lo estés. Que no puedas vernos, que no puedas oírnos, que te hayas marchado. Que estés descansando y no te preocupes. Porque si de verdad puedes vernos, si sabes todo lo que está pasando, tu dolor tiene que ser muchísimo más grande que el mío. Y te quiero tanto que no me consuela, que no puedo soportar pensar que estés sufriendo. Aunque yo lo haga. Aunque a veces siga enfadada contigo. Por separar nuestros caminos. Por no permitirme pasar el resto de mis días contigo. Pero ya no hay vueltas atrás, ¿sabes? ya no vas a volver, no puedes dar marcha atrás, ni girando sobre ti mismo. Te has marchado, así que vete. Vete y no vengas más. No quiero que pases por la frustración de ni si quiera poder hacer nada para consolar, para ayudar, para arreglar todo lo que se ha roto, todo lo que se ha hecho añicos desde aquella tarde del 18 de octubre. Algo se rompió en el universo aquel día. Algo que ni tú ni nadie puede arreglar, nunca. No quiero que te sientes a ver como las cosas se siguen destruyendo, como personas a las que tanto has querido se desmoronan, se vuelven locas y lloran hasta deshidratarse.
No quiero que veas los problemas, el sufrimiento, las cosas tristes, las cosas malas, el dolor... en serio. No quiero que sufras viéndonos. Sabiendo. Vete, márchate.
Te quiero demasiado como para pedirte que te quedes.