miércoles, 22 de marzo de 2017

Diecisiete meses de insomnio

Ya han pasado diecisiete meses en los que cada noche dormir bien se ha convertido en una auténtica odisea. Dormir, a secas. Diecisiete meses y todavía me sigo viniendo a bajo cuando me levanto recordando el brillo de tus ojos, tratando de olvidar el frío que tienes en mis pesadillas. Diecisiete meses y sigo teniendo miedo. Y sigo intentando pensar qué fue lo que pasó. Analizar. Diecisiete meses y me sigo pasando las horas sin dormir torturándome con lo que no fue, arrepintiéndome de cosas que ya no puedo arreglar, recordando sin parar los segundos junto a ti, e incluso imaginando como serían las cosas si siguieras aquí. Si pudieras estar. Diecisiete meses y tengo tanto miedo de no poder encontrar nunca a nadie que me haga sentir lo mismo que tú. Que me quiera como nos queríamos los dos, sin barreras, sin límites. Por encima de todo, de todos, de todas las estúpidas leyes del universo. Porque cada día que pasa de estos diecisiete meses estoy más segura de que no eras de este planeta, quizá ni si quiera de este universo. Que eras una especie en vías de extinción y que me da pánico pensar que os hayáis extinguido. Saber que no volveré a conocer a nadie como tú, con esa luz... con ese tono azul que te coloreaba el aura que te rodeaba. Que se contagiaba. Con esa magia en la sonrisa, en las manos, en tu forma de mirarme, de hacerme encontrar la felicidad en las pequeñas cosas de cada día, en los pequeños detalles. Era eso que me hacías sentir, joder, ¿cómo coño lo hacías?. Es que no se puede explicar. Sólo sé que nunca he sentido nada igual. Y ni si quiera te hacía falta esforzarte para ello, sólo estabas ahí, siempre estabas ahí. Con tus ojos atentos y tus lunares despiertos prestándome atención. Con la sonrisa cargada de besos, de palabras que transmitían todo lo que yo nunca sabré cómo explicar. Con las manos vacías de cosas pero llenas de sueños. Y ya está, y despertarme por la mañana notando tus dedos acariciándome la espalda y hacerme la dormida un rato más deseando que el tiempo se parara y que nos pudiéramos quedar siempre así, no necesitaba mucho más. De verdad. No pedía nada más.
Diecisiete meses pero sigo sin poder creerme que no volveremos a vernos. Que no volveré a abrazarte, a clavarme tus costillas. Que no puedo olvidarte, que tampoco sé si quiero. Que te echo tanto de menos...

miércoles, 15 de marzo de 2017

A ras del destino

Me tocaba la piel pero me abrazaba el alma. Y que bonito era encontrar la libertad en los brazos de una persona. La felicidad en su boca. Nuestras piernas colgaban sentados a ras del precipicio, siempre corriendo por el borde del destino. Pero no tenía miedo, era imposible tener miedo a su lado.
Una vez me rascó la espalda con sus dedos y me crecieron alas. Pero se fue antes de terminar de enseñarme a usarlas. Y las necesitaba, porque siempre me temblaban los pies a su lado. Entonces él me improvisaba canciones al ritmo de mis pasos, como si bailara. Y bailábamos como locos, como si el mundo se acabara. Que bonito era coordinarse de esa manera. De todas las maneras. Crear esa conexión perfecta y vivir en ella. Una conexión que nadie más entendía, que todos desconocían, porque era solo nuestra. Y es lo más increíble que me ha pasado en la vida. Él es lo más increíble que me ha pasado en la vida, y siempre lo será. Aunque tenga que aprender a volar sin él, volaré tan alto que podamos sentarnos a ras de las estrellas algún día. Y volveremos a perder el peso de la vida y el sentido de la grabedad.

miércoles, 1 de marzo de 2017

Todavías

Todavía me busco por la piel los caminos que trazabas con tus dedos. Las huellas de tus uñas. Todavía me relamo los labios buscando los restos de tus besos. Ese sabor. Todavía a veces paso la mano despacito por el lado de mi cama en el que se supone dormirías, deseando que no esté frío. Deseando chocarme contra tu cuerpo delgado, contra tu respiración acelerada. A veces todavía espero doblar la calle un día y encontrarte de frente, con tu camiseta verde y tu mejor sonrisa en la cara. Todavía me acuerdo de la inocencia de tus ojos, de ver a través de ellos al niño que llevabas dentro y del que tanto tiempo estuve enamorada. Estoy.
Eras maravilloso, mi amor.