domingo, 29 de noviembre de 2015

Lágrimas

Cuando has llorado tanto que podías acabar con la sequía del mundo, cuando tus lágrimas se han llegado a juntar con todos los ríos y han subido las mareas del mar, cuando han hecho crecer los océanos, cuando no sabes si lo que cae en la ducha es el agua del grifo o el que sale de tus ojos. Cuando piensas que ya no puedes llorar más, que lo intentas con todas tus fuerzas pero ni si quiera las lágrimas caen ya. Cuando llevas un mes y medio con dolor de cabeza y presión en el estómago, con ganas de vomitar. Cuando la comida ya no te sabe igual, y tu visión se ha convertido en una escala de grises que hace que todo a tu alrededor carezca de color. Cuando sólo quieres gritar y te levantas sin ganas ni de mirarte al espejo. Es entonces cuando te das cuenta de que ya nada podía ser peor. Pero no es verdad, cada día que pasa es más horrible que el anterior. Cada día eres más consciente de que aunque des vueltas hacia atrás, aunque camines de espaldas, aunque le cambies las horas al reloj, destaches los días del calendario, no podrás retroceder en el tiempo. No podrás volver al preciso instante que te traiga de vuelta, que te devuelva a la vida. Y cuanto más lo intentas más te das cuenta de que los días pasan y pasan cada vez más deprisa, que no puedes detenerlos, que se embalan como en una cuesta abajo sin frenos, y te atropellan, te pasan por encima, y no tienes fuerzas para levantarte, que no puedes esquivarlos, apartarte. Que no puedes quedarte parada porque te obligan a rodar con ellos. Malditos días, maldito tiempo.
Ayer estuve en nuestra casa. No puedo describir lo que sentí al sentarme en ese sofá en el que hace un mes y medio nos tumbábamos como si no existiera el mañana, como si se hubiese acabado el mundo y fuésemos los únicos supervivientes. No puedo describir lo que sentí cuando me tumbé en nuestra cama y supe que ya jamás te volverías a tumbar allí conmigo. Subí a la terraza con tu hermana a ver las estrellas como hacíamos y se quedó fascinada de lo bonito que se ve el cielo desde allí arriba, me dijo que ya no podrías ser el padrino de su boda, que ya no podrás darle sobrinos.
Tus perros también te echan de menos, que ayer hacían guardia en la puerta de tu habitación por si volvías, por si aparecías.
Y tus padres... que te han criado en esa casa, en esa ciudad. Cada esquina es un recuerdo, que aunque a la larga será bonito hoy nos quema como el fuego, y ni si quiera todas las lágrimas que lloramos son capaces de apagarlo.
Que difícil entrar en la cocina y ver los paquetes de palomitas encima de la encimera que ya no te vas a comer conmigo, tu toalla colgada en la percha del baño, las luces fundidas que nos fuimos sin arreglar, como la persiana de tu cuarto.
Que duro es ir a tu pueblo y en vez de darte una sorpresa tener que subir al cementerio a limpiar las flores secas que rodean ese frío lugar en el que ahora vives, en el que te vas pudriendo si es que todavía queda algo de ti allí dentro. Es injusto, por no decir una puta mierda.
Y cuando pienso que yo también me he secado como esas flores, que ya no me quedan lágrimas en los ojos, que ya sólo seré un 5% agua, sigo llorando. Y lloro a mares, que las hormigas deben pensar que está lloviendo . Y no puedo parar, no puedo imaginarme el día en el que las lágrimas dejen de brotar de mis ojos, el día en el que pueda dormir una noche seguida sin despertarme, el día en el que esta angustia me abandone, en el que deje de apretar la frente y pare este dolor de cabeza. A veces pienso que ese día llegará el día que me apague, el día que sepa que me voy contigo, allí donde estés. El día que sabré que podrás consolarme. El día que me muera. Y ese día no quiero que los de mi alrededor se pongan tristes, que sientan lo que yo estoy sintiendo ahora, porque yo ese día seré feliz, feliz de reencontrarme con el amor de mis sueños, porque ese día empezaré otra vez a vivir.
Te quiero mi vida, tan azul como siempre.
Alioli

jueves, 26 de noviembre de 2015

Sencillo

Abrazarte por la espalda. Algo tan sencillo como eso, como besarte la punta de la nariz y los párpados. Como pellizcarte el culo, rascarte las costillas, lamerte el cuello, morderte la barbilla. Algo tan sencillo como romper la persiana de la habitación y vivir en una noche permanente, sin horarios. Como escondernos debajo de las mantas y darnos calor hasta que necesitemos frío. Como el agua helada de la ducha, correr por el centro comercial, hacer guerras de palomitas. Algo tan sencillo como que me despeines, como tus manos acariciando mi cadera por debajo de la goma de mi pantalón, como poner música en el salón y bailar todas las canciones, como tumbarme sobre tus piernas y dejar que me acaricies el pelo, como que me saques las alas arrascándome la espalda. Algo tan sencillo como un beso de buenas noches, el mismo que te da los buenos días. Como dos miradas perdidas que de pronto se encuentran, bajar haciendo equilibrios por las escaleras, la marca del pintalabios. Algo tan sencillo como bañarme en colonia de mango cada vez que nos veíamos y dejarte el olor impregnado en tu ropa, en tu almohada. Como el sabor de esos abrazos, el calor de tus besos. Sencillo como una llamada inesperada, como las conversaciones interminables y los silencios perfectos. Como tenernos en frente, intercambiar sonrisas coleccionables, el cruce perfecto de nuestros dedos al encajarse. Tu ombligo.
Sencillo pero perfecto. Como tú, que no te faltaba de nada. Que lo único que te cambiaba era el final de tu vida. Todo lo hacías bonito, más bonito que ninguno. Todo estaba perfecto. Como tú.
Te azuleo mi vida.

martes, 24 de noviembre de 2015

Con vistas al mar

Sé que ahora toca ser fuerte, y que lo único que importa es saber lo mucho que me querías, porque te fuiste queriéndome más que a nadie y como nunca, pero que difícil es dar cada paso sin ti, estar aquí y pensar que la última vez que vine me trajiste tú, que estabas tumbado en este mismo sofá, borracho, dormido, mientras mi amiga te pintaba los brazos con un boli y ni te enterabas. Y luego te fuiste a la cama, y me pediste que te despertara cuando me fuese a dormir, y eso hice. Y nos quisimos como nadie para después quedarnos dormidos juntos, abrazados, en esa pequeña cama en la que nos sobraba el espacio. Y a la mañana siguiente apagamos inconscientes el despertador para que esa noche no acabara, y tú te despertaste una hora antes que yo y te la pasaste mirando como dormía, y yo sentía como me acariciabas la tripa y la espalda y me encantaba, no recuerdo mejor sensación que la de tus dedos en mi piel. Hacías magia con esas manos.
Sabes que me encanta estar aquí, que desde la primera vez que vine me enamoré de este sitio, de su gente, de sus lugares. Y me encantó compartir eso contigo, que lo disfrutaras tanto como yo. Como me alegro de haberte traído, de haberte enseñado todo esto, de que hayas conocido a todas estas maravillosas personas que son tan imprescindibles en mi vida. Que hayas vuelto a verla a ella, a su novio, a sus padres. Las partidas al futbolín y desayunar tostadas de atún con tomate. La playa, los helados de yogur en el paseo, caminar de la mano con las mejores vistas que nadie pueda soñar, y no me refiero a las del mar. Las partidas de cartas, la cerveza fría que sabía millones de veces mejor de tu boca, las noches estrelladas de verano. Ya nada es lo mismo sin ti. Sin poder compartir esto contigo no me sabe igual, me gusta, sí, y siempre me gustará, y mucho más ahora que te recuerdo en cada una de las pequeñas cosas que hacen de este, el lugar más especial del mundo. Pero como ya te he dicho, no lo puedo volver a disfrutar igual. Le falta algo, le falta esa combinación perfecta que tenía con tu sonrisa, con tus ojos. La mezcla del sonido de las olas con tu voz. Ya ningún sonido me parece lo suficientemente bonito, ya nada me llena. Me he quedado vacía, por dentro y por fuera. Ojalá ahora llamaras a la puerta y me dieras una sorpresa de las tuyas, de esas que se te daban tan bien y me hacían tan feliz. Ojalá llamaras y fuera a abrirte y se me quedara la cara blanca y se me atragantaran las palabras, que te daría un abrazo tan fuerte que te iba a sacar hasta los pulmones por la boca, y te asfixiaría a besos hasta dejarte sin saliva. Y que todo hubiese sido una broma, te juro que no me enfadaría, porque nada en todo el universo podría hacerme feliz a parte de eso. De volver a verte, volver a tocarte, sentir eso que sentía sólo cuando estaba contigo. Eso que me hacías sentir, eso que era lo más parecido a la magia que yo haya visto. Eso que me enamoraba, que me volvía loca.
Y ojalá mañana vinieses a buscarme a la biblioteca de la universidad, como aquel día. Y nos fuésemos por caminos perdidos con el coche y se nos quedase encallado, y yo sacase mi súper fuerza para moverle y salvarte de la mayor bronca que podía echarte tu padre. Y volver a reírme de tu cara desesperada y los besos de victoria cuando conseguimos salvarlo. Y luego ir a lavarlo a la gasolinera porque estaba lleno de polvo y que el rodillo gigante nos arranque el retrovisor y morir de la risa de tener el colmo de la mala suerte. Y volver al pueblo discutiendo y aparcar en una calle y gritarte que lo siento, que lo siento por gritarte, que te grito porque te quiero. Y tú no decir nada, coger del asiento la botella de dos litros de agua congelada que acababas de comprar, y empezar a vaciármela por encima de la cabeza mientras te miraba sentada en el bordillo de la acera, alucinando, chorreando el agua helada por todo el cuerpo, no se me hubiese ocurrido mejor manera de arreglar las cosas que mojándome contigo. Y mojarte los asientos. Que buen día. Y que buena noche, que dormimos juntos sin decírselo a nadie en tu coche para poder estar unas horas más juntos, y te conté la historia de porqué se dice que el amor es ciego y la locura siempre le acompaña, te encantaba que te contara ese cuento. Y te quedaste dormido encima mío, que bonito dormías. Que feliz me hacías, que momentos más increíblemente felices me hacías vivir, sentir, mi vida. Gracias eternas.
Te echo de menos noche y día, día y noche. No te puedes imaginar cuanto.
Te azuleo más que a nada, no lo olvides jamás porque jamás dejaré de hacerlo.
Siempre en mí, siempre conmigo. Siempre mi Lila.
Te amo.
Alioli mi amor.

sábado, 21 de noviembre de 2015

Hasta que la muerte nos una.

Mañana hace un mes desde que te fuiste, desde que todo lo que conozco y desconozco perdió la mayor parte de su sentido. Desde la vida hasta los sueños, desde las birras hasta los paseos. Lo peor de esto es saber que jamás podre volver a disfrutar de algo, de cualquier cosa, como la hubiese disfrutado al haberla compartido contigo. Aunque sólo fuera para contártelo. ¿Lo positivo? nada de lo que podía hacerme daño en la vida ya me duele. Todo el resto de problemas, de preocupaciones, de vacíos, todo el resto de miedos, de calamidades, de agujeros negros, toda esa mierda se ha convertido en eso, en una mierda sin importancia.
Hace un mes mi mundo, mi vida entera era de color azul, azul en todas y cada una de sus tonalidades. A veces era azul claro como el del cielo, a veces marino como el mar, a veces incluso era azul muy oscuro, pero seguía siendo azul porque estabas tú. En menos de un minuto todo se volvió negro. Negro oscuro. Como si de pronto me hubiese quedado ciega, ciega para siempre. Porque no he vuelto a ver el color. Se me han desteñido las ilusiones, los sueños, los planes... hasta el amor se me ha vuelto negro. Y desde entonces camino a tientas, a veces incluso tengo que arrastrarme. ¿Lo bueno? Mientras estás en el suelo no puedes caerte. Y yo sé que ya no puedo caer más bajo, he tocado fondo. Una vez alguien me dijo que lo bueno de tocar fondo es que ya sólo te queda subir hacia arriba, pero... ¿cómo? Si al menos supiera que vas a estar esperándome en la superficie... pero sé que no lo estarás. Que no vas a estarlo. Que quizás no vuelva a verte jamás, ni si quiera en la muerte, porque en la vida ya está claro que no.
Ha pasado un mes y me sigue pareciendo tan jodidamente surrealista que no consigo asimilarlo, no consigo encontrar ese por qué. Por qué te ha pasado esto a ti con la cantidad de hijos de puta que hay respirando. Joder, que estaba segura de que te ibas a poner bien. Pensaba que lo primero que iba a hacer cuando te despertaras era regalarte un casco. ¿Adivinas de que color iba a ser?
Hace un mes que siento como si alguien me hubiese clavado un puñal directo en el pecho, y cada día que pasa lo siento más y más profundo. A veces me dan ganas de tirarme al suelo y retorcerme del dolor pero ni si quiera eso me aliviaría. Y estoy perdida, porque aunque intentase quitarme el puñal moriría desangrada, te lo puedo asegurar. Y por desgracia para mí, mi corazón es lo suficientemente fuerte como para seguir bombeando sangre a pesar de tener eso clavado, sigue latiendo porque no quiere rendirse, porque quiere intentar latir por los dos el resto de su vida, para que puedas vivir dentro de él siempre. Donde has estado todos estos años desde que te conocí y espero que te quedes hasta que, al menos tú, puedas terminar de conocerme.
Ha pasado un mes y todavía no he conseguido que pase un día sin llorarte, sin mirar tus fotos y desgastarlas a besos, cerrando los ojos, como si pudieras sentirlos, como si pudiera sentirte.
No me puedo creer que nos haya pasado esto, vida. Con lo que eramos, con lo que hubiésemos sido. Con lo que nos queríamos, hubiésemos batido el récord del mundo en quererse. Qué coño del mundo, del universo. Ni si quiera en Neptuno la gente se quiere tanto como nosotros.
Hace un mes que hasta el más insignificante detalle me mata. Como no poder enseñarte el moratón que me he hecho en la pierna por un golpe que me he dado con el radiador del pasillo, o comprar ropa nueva a desgana porque sé que ya no vas a poder vérmela puesta. Descubrir una canción nueva, una comida, un nuevo destino de viaje. Escuchar una frase creativa, contarte mi día a día, lo estúpida que se vuelve la gente, lo mal y loco que está el mundo. Que a lo mejor mañana nieva y no puedo tirarte bolas, que hoy ha estado lloviendo y a mi sofá le has hecho falta. Que ayer había un atardecer precioso y te lo has perdido.
¿Cómo es posible que hayas pasado del todo a la nada en menos de un minuto?
Intento distraerme todo el día, porque a estas alturas sé que es lo único que puedo hacer. Y lo consigo, pero el dolor sigue ahí. Aunque no esté exclusivamente pensando en ti, pensando en él, la angustia no se va. El puñal sigue ahí, clavado hasta el mango y te juro que me duele hasta respirar.
Cada bocanada de aire sin ti es como quemarse vivo por dentro y no poderlo evitar.
Soñábamos con que, tal vez, nos llegáramos a casar algún día, y ahora lo único que puedo esperar es que la muerte nos vuelva a juntar. Y te aseguro que ahora mismo me da mucho más miedo hacerme vieja que morirme. Envejecer sin ti, eso sí que no merece la pena. Que no tiene sentido. Como todo, como nada desde que no estás.
Te echo de menos cada milésima parte de cada milésima de segundo de mi tiempo.
Ojalá estés aquí, para siempre. Por favor, quédate.
Te azuleo con toda la locura del universo, mi amor.
Alioli

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Mi maestro

Nunca paraste de enseñarme cosas. Me hiciste aprender que había más fuerza en mí misma de la que si quiera sospechaba, me enseñaste a ser grande, a ser valiente. Me enseñaste que los sueños a veces se hacen realidad y que hay deseos que se cumplen, aunque tengas que esperar mucho tiempo para ello, también me enseñaste que esa espera merece la pena. Tú me demostraste lo que es el amor puro, el amor sin límites y la locura que le acompaña siempre. Me enseñaste la magia de los pequeños detalles, de esos que al resto de persona les pasan desapercibidos y les hace aún más especiales.
Y hace un mes me hiciste comprender lo frágil que es la vida, lo delicados que son los sueños que a veces se estampan en la esquina menos esperada y se quedan allí, incrustados, para siempre. Y por eso he aprendido la suma importancia de decir a todas aquellas personas que quieres lo mucho que lo haces todos los días. Que nunca se dan los suficientes besos ni se abraza lo suficientemente fuerte. Que siempre hay cosas que se quedan sin decir y que por desgracia puede llegar un día en el que muera tu oportunidad de decirlas o tu oportunidad de escucharlas. Y después de ese día ya no queda nada.
Lo sé porque tu ausencia es una pesadilla de la que no puedo escapar, intento correr pero me adelanta y cuando llego al final allí está, esperándome. Es horrible saber que por mucho que grite, por mucho que chille hasta quedarme afónica, nunca voy a tener la certeza de que me escuches. De que de verdad oigas todo lo que te digo todos los días. Lo mucho que te amo a todas horas y todas esas cosas que no me dio tiempo a contarte. Y siempre pienso que ojalá estés delante cada una de las veces que te nombro, porque quiero que sepas lo que pensaba, lo que pienso y lo que pensaré de ti hasta el día en que me muera y podamos reencontrarnos cara a cara para poder escuchar tu contestación a todas esas conversaciones en las que no me queda más remedio que hablar sola. Y muero de ganas y de curiosidad por saber lo que pensabas, lo que piensas y lo que pensarás de mí y de esto. Es horrible saber que por muy alto que salte, por muy alto que escale, por muy alto que vuele lo más cerca que estaré de ti será el día en que me suba en un avión y atraviese las nubes. Y ni si quiera tendré la certeza de ello. Antes te tenía a 500 kilómetros y ahora puede que estés a años luz de mis manos. Tú me enseñaste que cuando quieres de verdad a alguien la distancia no es un obstáculo, si no un cúmulo de ganas que estallaban en el segundo en el que por fin nos teníamos en frente. Y no te puedes imaginar la de ganas que tengo acumuladas, y no se cuando van a estallar pero me está costando mucho aguantarlas. Ojalá vinieras a por ellas, porque nadie excepto tú puede quitármelas.
No te puedes imaginar la falta que me hace un poquito de tu amor. Lo que daría por volver a darte un beso.
Gracias por enseñarme a volar sin alas.
Por favor, no pares nunca de enseñarme cosas.
Te azuleo, mi amor, con todas mis fuerzas.
Hoy hace un maldito mes desde la última vez que escuche tu risa, que abrace tu voz. Desde la última vez que me dijiste "te quiero", desde la última vez que soñamos juntos.
Una vez me dijiste que aunque no pudiéramos dormir en la misma cama, si te quería como tú me querías a mí, tendríamos los mismos sueños. Ojalá te vea en ellos esta noche. Y mañana. Y pasado. Y al otro. Porque es el único sitio en el que puedo recordar lo que sentía cuando me mirabas y me derretías el mundo, me parabas el tiempo y me acelerabas el pulso.
Azules noches mi vida. Estés donde estés. Ayúdame a seguir manteniendo el equilibrio.
Te quiero como nadie se quiere, con toda la locura del mundo.
Alioli Lila.


martes, 17 de noviembre de 2015

Echarte de menos

Echo tanto de menos el olor que desprendias cuando dormias... el sonido de tus dientes al chascar, tu risa burlándose de mi torpeza. Echo tanto de menos escribirte mensajes indescifrables cuando voy borracha, contarte lo absurda que resultaba la mañana sin escuchar tu voz dándome los buenos días. Echo tanto de menos que me cojas de la mano y me acaricies con tu dedo pulgar, que leas los relieves de mis orejas en braille, la forma en la que me tocabas el pelo. Echo tanto de menos la sensación de felicidad cuando me decías 'te quiero', verte llorar cuando te emocionabas, el perfecto sabor de cada uno de tus besos. Echo tanto de menos que te pusieras colorado cuando te decía lo guapo que estabas, que me dijeras lo sexy que me quedaba el pijama y mis piernas largas adornando tu sofá mientras me acariciabas la espalda. Echo tanto de menos lo rápido que te bebías la cerveza, la manera en la que bailabas, que me ayudaras a mantener el equilibrio por el borde de la acera hasta el final de la calle. Echo tanto de menos que me metas los dedos en los agujeros de mis vaqueros, que me mandes fotos a todas horas de lo que haces, de lo que comes, de lo que ves. Echo tanto de menos que te preocupes por mi y me cuides como nadie, que me envíes cartas, que me cantes canciones. Echo de menos lo bien que te quedaba mi ropa, renegarte por no querer afeitarte la barba, dormir la siesta más que abrazados. Echo tanto de menos ese eterno etc de cosas bonitas con las que llenabas mi mundo, mi alma. Te echo tanto de menos, amor... que no se soporta.
Te azuleo hasta Neptuno en bicicleta.
Alioli vida.

lunes, 16 de noviembre de 2015

Recordarte

"- ¿Sabes qué es lo que duele de un corazón roto? No recordar como te sentías antes. Intenta recordarlo porque si desaparece no lo encontrarás.
- ¿Y qué pasaría?
- Que serías un lastre para el mundo."

domingo, 15 de noviembre de 2015

A los que no te conocían

Eras de esa clase de persona con la que todo el mundo se siente a gusto. Esa con la que no te importa pasar horas y horas porque aunque ni si quiera le conocieras, te ponías a hablar con todo el mundo, de cualquier tema. Siempre con esa sonrisa en la boca que te achinaba los ojos y transmitiendo toda tu energía positiva. Llenabas toda la sala con esa energía, con ese aura que te rodeaba y que iba siempre contigo. Tenías los andares más chulos que yo haya visto jamás, pero no eran unos andares de esos ridículos, lo peor de todo es que te sentaban genial. Eras muy presumido y a la vez inseguro. Había días que no parabas de mirarte en los espejos y tenías épocas de ser un descuidado que ni falta hace mencionar tu barba. Tu manía de dejarte las dos uñas de las manos largas. La del meñique y la del pulgar. Una vez te rompí una sin querer y, madre mía, me lo pensabas recordar hasta la saciedad. Porque otra cosa no, pero eras un máquina recordando cosas. Siempre te acordabas de todo, de todas las fechas de todos los días, de las horas, de los años. Observador y con buena memoria, con que de detalles me contabas las historias. Curioso, que siempre querías aprender cosas nuevas, lo que fuera, lo último que preguntaría alguien, y por nada del mundo tú te ibas a quedar con una duda. Sincero, sincero como nadie. Siempre decías lo que pensabas, sin miedo, sin vergüenza. Si algo te gustaba lo decías claro, si no te gustaba con más razón. Directo. Y eso lo amaba de ti, porque sabía que nunca me ibas a mentir, que no me ibas a decir lo que quisiera oír si no lo que de verdad pensabas. Volcado en los demás, en todas las personas que te rodeaban. Que si cualquiera tenía un problema estabas allí el primero, da igual donde fuese, da igual la hora que fuera, que ibas a hacer todo lo que pudieras por ayudar a esa persona, en lo que necesitara. Y si no estuviera en tu mano le ayudarías a encontrar a alguien en quien sí lo estuviera. Atento, siempre preocupado por la gente que te importaba, siempre pendiente. Cariñoso, cariñoso como nada. Súper achuchable, y eso que estabas más delgado que un palo. Pero como me gustaba abrazar a tus huesitos. Eras la persona más especial que ha existido y existirá en toda la historia del planeta, especial por dentro y especial por fuera. Hacías reír al humor y enamorabas al amor. Volvías loca a la locura. Porque eras un loco, todo te daba igual si priorizabas algo, hacías lo que fuera para conseguirlo. Luchador y trabajador, nunca te rendiste ante la vida, ante sus problemas. Seguías levantándote cada mañana con esa sonrisa pasara lo que pasara y eso era completamente digno de admiración. Eras divertido y espontáneo, y te daba igual dónde estuvieras o con quién, que te apetecía hacer algo, lo hacías y punto. Te encantaba la cerveza, las patatas fritas con aceitunas y mejillones en el aperitivo, las palmeras de chocolate, los regalices rojos y los twists. Del barça, (algo malo tenías que tener), aficionado al fútbol y a los dardos. Y últimamente había conseguido que escucharas rap. Eso era algo muy bueno que tenías, no te cerrabas. Escuchabas distintas opiniones, distintas perspectivas y a veces aprendías y cambiabas tu forma de mirar algunas cosas. Te dejabas empapar por las aportaciones de los demás y dabas la tuya propia. Experto en hacer feliz a la gente que tenías al rededor. Alto y muy delgado, pero de buen comer. Con tu espalda llena de granitos y todos esos lunares. Mis favoritos: los de las orejas y, sobretodo, el de dentro del labio. ¿cómo era posible que tuvieras un lunar tan jodidamente bonito dentro del labio? Y lo más importante, ¿cómo podía alguien no enamorarse de él?. Tenías las manos grandes y ásperas, se notaba a través de ellas que llevabas mucho tiempo trabajando. Moreno, de piel y de pelo, y ojos del color de la cocacola. No tenías mucho, pero todo lo que tenías lo compartías. Generoso y bueno como tú solo. Siempre tenías una palabra amable en la boca para la persona que tuvieses en frente. Y eras leal, leal como ya no los quedan. De esas pocas personas por las que pondrías sin pensártelo ni una milésima la mano en el fuego, el brazo y hasta la cabeza. En realidad eras un tío sencillo y era esa sencillez la que hacía que fuera tan mágico todo lo que hacías, todo el cariño que le ponías, toda la magia que transmitías. Ya te lo he dicho más veces, era imposible no quererte. Que cabezota también eras y orgulloso ni te cuento, un rato largo. Pero si tenías que ceder, cedías. Y como odiaba los días que te ponías en plan pesimista adelantando acontecimientos que transcurrían en tu cabeza y dabas por hecho que ocurrirían. Pero como te comería a besos esa carita de pena que ponías cuando empezabas a estar triste. Y eras el alma de la fiesta, de todas las fiestas. Y si no había fiestas ya las montabas tú. Siempre dispuesto a organizar, a apuntarte a todos los bombardeos que te ofrecieran y más. Y eras como un niño chico, y como te gustaba serlo. Y a mí que lo fueras. Soñador. Bonito por dentro y por fuera y listo, que listo eras. Probablemente me podría rellenar cinco o seis entradas más definiendo lo increíble que eras, y quizás todo esto te sirva para entender por qué me enamoré de ti y de esa locura que contagiaban tus besos, cada momento contigo. Pero sólo voy a decir una cosa más de ti, de las que más me gustaban: TU COLOR FAVORITO ERA EL AZUL.
Y ya sabes que yo te quiero en cada cosa azul.


BRILLANTE. Y que tu luz no se apague jamás.

sábado, 14 de noviembre de 2015

La máquina del tiempo

Siempre hablábamos de construir una máquina teletransportadora que nos permitiera estar juntos en cuestión de segundos, luego pensamos que sería bueno inventar una que te borrase los recuerdos y así evitar que los malos te dolieran. Y ahora sé que te quiero tanto que no se si empezar a investigar e investigar y aprender a construir la primera máquina que permita volver atrás en el tiempo. Que te juro que sólo la usaría para salvarte la vida y después la destruiría para no alterar el fluir de las cosas. Lo único que alteraría sería mi futuro, y sería para convertirlo en nuestro futuro. Y joder, que feliz sería. Que feliz seríamos. Tendrías que vernos.

El día especial de los quince millones de besos

Feliz día 15, mi vida.
Se suponía que era nuestro día, nuestro día especial de todos los meses. Y se suponía que ese día tenía que recordarnos cosas buenas. Y yo lo único que puedo recordar de ti son cosas mejores que buenas. Espero sentirte hoy más cerca que todos estos días, para mí siempre será una fecha especial, porque aunque a simple vista sólo parezca un número más, tú le diste todo el significado, todos los significados que un número, que un día en el calendario, podría cobrar.
Como me gustaría poder hacerte un dibujo, escribirte una carta, mandarte una foto. Algo que te demostrara como todos los meses que era un día especial. Un día en el que pensaba en ti más de lo normal y me sentía afortunada de lo feliz que era, de lo feliz que me hacías. Un día sólo para nosotros, porque nos lo merecíamos.
El 15 marcaba el comienzo de algo, algo que ni si quiera nosotros sabíamos muy bien lo que era, pero no nos importaba. El 15 significaba que estábamos juntos y que el resto del mundo nos la sudaba.
Ojalá pudiera celebrarlo contigo, pasarme mañana todo el día pegada a ti, hacerte el amor 15 veces. Comprarte 15 regalices rojos, y construirte con 15 lacasitos el "NO TE SEPARES DE MÍ" más dulce de toda tu vida. No sé como voy a sobrevivir todo el día sin ti, sin tu felicitación, sin que me hagas sentir que es el día más especial de todo el mes. Ojalá aproveches para mandarme una señal, aunque sea chiquitita.
Quince veces daría la vida por volverte a ver, mi amor. Por que me volvieras a sonreír una vez más y me recordaras por qué me enamoré de ti. Que me hipnotizaras con tu mirada, con tu cara de niño y con esos abrazos que me atrapaban el alma. Que no aguanto un segundo más sin ti y no te das cuenta o qué. Que voy a explotar ya, que se me ha hecho trizas el corazón. Que todas las sonrisas que tenía para ti se han convertido en lágrimas y nunca paran de salir, nacen, viven y se reproducen en mis ojos y se mueren en mi boca. En la comisura de estos labios tristes que se pasan el día imaginando el sabor de tus besos, el roce de tu piel. No creo que nadie haya sido nunca capaz de echar de menos a otro alguien tanto como yo te lo echo a ti. Es imposible. Antes pensaba que me ibas a volver loca de amor y resulta que me estoy volviendo loca del dolor de no poderte tener. De no poder saber de ti.
Nadie se puede imaginar lo que daría por tumbarme esta noche a ver las estrellas contigo. A contemplar el cielo, porque sobre tu rostro era un cielo millones de veces más bonito. Y la luna... que bien le sentaban a la luna tus ojos. Y todas las estrellas parecían agruparse encima nuestra para poder contemplar las constelaciones de tus lunares. Envidiosas de que ellas no pudieran cogerte la mano. Pero yo sí podía y me encantaba acariciártela en forma de corazones. Nadie sabe lo que daría por darte mañana quince millones de besos. Quince trillones de abrazos. Decirte quince mil veces lo mucho que te amo, lo feliz que me haces, lo bonito que eres.
Nadie sabe lo que daría por despertarme mañana y descubrir que no es una almohada si no tu hombro en el que me apoyo, que no es tu peluche si no tu cintura la que estoy abrazando y despertarte llorando y decirte: "vida, he tenido una pesadilla horrible, he soñado que te morías" y que tú me abrazaras y me dijeras: "sólo ha sido un mal sueño amor, estoy aquí, ven, vamos a seguir durmiendo." Pero no me dormiría, me quedaría a mirarte dormir y te acariciaría la cara mientras pensaría en lo guapo que eres, en lo guapo que estás. Y me concentraría en eso que sentía cuando mis manos te rozaban y me volvía loca por ti. Por eso que teníamos. Por eso por lo que me merecía la pena vivir. Por lo que merecía la pena esperar dos meses para verte. No desperdiciábamos ni un sólo segundo cuando nos teníamos en frente. Nos queríamos tanto que lo único que perdíamos del tiempo era su noción. Joder, cuánto nos queríamos, vida. Eso tampoco se lo puede imaginar nadie.
Sólo espero que estés dónde estés llegue un día, aunque ni si quiera caiga en 15, en el que me puedas dar todos los besos que me debes, los siete millones (más todos los millones que se te irán acumulando a lo largo de los días hasta que ese momento llegue) y no me importa cuánto tendré que esperar, porque si de algo estoy completamente segura es de que harás que merezca la pena. Como siempre hacías. Como siempre me demostrabas.
Quiero que sepas que eras la persona más especial de toda mi vida, la más especial que he tenido y tendré. A la que he querido de esta manera tan única desde siempre, porque desde que te conocí ya te empecé a querer. Que me has dado los momentos más increíbles de toda mi vida porque cada momento a tu lado era un sueño que se me cumplía. Siempre te lo decía, que eras mi sueño lúcido y por eso amaba cada instante a tu lado casi tanto como a ti. Todo el mundo me lo decía, que se me veía radiante cuando estaba contigo, como no podía ser de otra manera, me contagiabas de toda tu luz, de todo tu entusiasmo, de todas tus ganas de seguir luchando cada día. Y sé que luchaste hasta el final. Y eso te convierte todavía más en ese héroe del que te hablaba, ese héroe que sabía que eras.
Por eso quiero que sepas que eres digno de toda mi admiración, por todo lo que te has esforzado en la vida, por ti, por los tuyos. Por conseguir lo que te proponías.
Me has enseñado muchísimas cosas y me has dado la fuerza que creía perdida. Tú me volviste a hacer grande cuando pensaba que ya no podía ser más pequeña y me quisiste por ser exactamente como soy.
Y no hubo un día en el que no me lo dijeras, en el que no me lo demostraras. No hubo un día en el que no estuviera segura de que tenerte en mi vida era de las mejores cosas que me habían pasado en los 22 años de mi existencia, y por eso creía que te iba a mantener en ella para siempre. Pero "para siempre" es una expresión muy subjetiva. Porque sí que estuvimos juntos hasta tu "para siempre" pero para el mío no. Por suerte o por desgracia el mío todavía no ha llegado y ya tendré que llegar hasta él sin ti. Y cuando decíamos que íbamos a estar juntos para siempre yo pensaba que iba a ser tantísimo tiempo que no tenía de qué preocuparme. Pero para siempre resulta que ni si quiera fueron años. Y no quiero decirte "hasta nunca", no me parece justo después de todos esos "para siempres" que soñamos.
Y por todo esto y mucho más sólo puedo darte las gracias infinitas, ya que ya no tengo otra manera de agradecerte todas las cosas que has hecho por mí, las que sé que hubieses hecho.
Eras el mejor joder, el puto mejor. Duele tanto pensar que realmente ha pasado todo esto que no sé si algún día lo podré asimilar. Es demasiado injusto, demasiado irreal. No te merecías este final. y nuestra historia tampoco. Una vez escribiste que si leerías el final de un libro en el que estuviera escrita tu vida, si alguien hubiese escrito ese libro sobre la tuya te puedo asegurar que todo el mundo lloraría al leer el final. Y todo el mundo entendería de lo que te estoy hablando sin pensar si quiera un segundo que lo puedo exagerar. Si nosotros lo hubiésemos leído al menos hubiésemos sabido del poco tiempo que disponíamos para querernos, para ser felices, para soñar.
Pero mis sueños ahora están muertos. Los he enterrado junto al amor.



Ojalá quince millones de estos mañana. Ojalá quince millones de sonrisas entre cada uno de ellos. De esas silenciosas que sirven para saborear el momento, para saborear tu boca. Mi comida favorita.

Feliz día 15, mi amor.
Te azuleo hasta Neptuno ida y vuelta, ya lo sabes. Estés dónde estés, espérame.
Siempre en mí, conmigo. Mi vida. Te amo, te amo, te amo.
Alioli Lila.

viernes, 13 de noviembre de 2015

Al menos te salvaste de este mundo

Hola vida,
no te puedes imaginar lo que ha pasado en París: atentados terroristas de supuestos yihadistas. Sobre las 21.30 al menos llevan 60 muertos pero hay unos 100 rehenes. Bombas y tiroteos. Que miedo, eh. A veces pienso que hasta me das envidia porque estés donde estés tiene que ser un lugar mejor que este. Creo que cualquier sitio es mejor que este, mejor que El Mundo. Cada día pierdo un poco más la fe en la sociedad y en la humanidad de las personas, pero ¿qué se le tiene que pasar por la cabeza a alguien para creerse con el suficiente derecho de acabar con la vida de otra persona? Si la vida es lo único "valioso" que uno tiene. A veces pienso que la vida en sí es un error, que en realidad hemos sido creados para destruirnos, para destruirlo todo. Porque eso es lo único que hace el ser humano. Y sufrir. Y ver sufrir a las personas que nos rodean. Ojalá existiese un mundo en el que en los telediarios sólo dieran buenas noticias, y las malas fuesen en muy raras excepciones. Un mundo en el que no tengas que tener miedo de salir a la calle y que te violen, de que secuestren a tus hijos y les torturen. Un mundo en el que no temas dejar tu casa sola por si entran a robarte y encima des las gracias porque no te hayan pillado dentro. Donde las personas arreglen sus problemas argumentando y no a puñaladas. Y las únicas bandas que existan en los barrios sean de música. Un mundo en el que la gente no se juzgue por el color de la piel, en el que el fútbol sólo sea un deporte de esos que la gente practica para pasárselo bien. Donde las personas se den cuenta de que si de verdad existiera un Dios y fuese bueno, no permitiría que nadie matase a otro alguien en su nombre. Un mundo en el que no exista el dinero y lo que más importe sean los pequeños detalles. En el que se cuide y se mantenga la historia del pasado y se piense en la del futuro. Donde la única que gobierne por encima de todos sea aquella que se hace llamar justicia. Donde la gente vaya los lunes a trabajar con una sonrisa en la cara y sea tan solidaria como persona. Y que enseñen a sus hijos a serlo. Y cada individuo sea igual al que tiene al lado, sin importar ningún aspecto físico o ideológico que les diferencie. Que las únicas guerras que haya sean entre las sábanas de aquellos que se amen, sin importar su sexo. Donde la palabra "hambre" carezca de significado. Y las personas se den cuenta de que ya bastante jodida es de por sí la vida ella solita como para hacerse sufrir entre ellas. Que las únicas torturas a otro ser vivo sean de cosquillas. Ojalá exista un mundo así. Y si no estás aquí ojalá estés en él, lejos de todas las injusticias que aquí se cometen, de todo el dolor que brota de cada una de las personas que han sido víctimas hoy, de las que lo serán mañana, De todos los niños que tienen que pasar hambre mientras cuatro hijos de puta se acomodan en los colchones caros de sus mansiones y derrochan todo el dinero que tienen y el que no tienen lo roban. Y donde como si no fuera fácil morir de por sí, la gente se mata entre ella. Y dejan que las personas muera lentamente de enfermedades porque les sale más rentable económicamente que proporcionarles una cura definitiva. Donde a veces te planteas si merece la pena tener hijos para que vivan en un mundo así, mientras hay otros padres que les asesinan. Donde religión y dinero parece lo único importante, y familias huyen de sus casas para no morir bajo las lluvias de bombas pero no les acogemos. Y lo peor de todo es que viviendo en un sitio así dormimos tranquilos por las noches, lo tenemos tan normalizado que parece que no nos influye, que no nos está pasando a nosotros. Pero como siempre te decía esto no ha hecho más que empezar y no vamos a parar hasta que no acabemos destruyéndolo todo, destruyéndonos a nosotros mismos. Ojalá después de este mundo nos vayamos al otro, nos vayamos al tuyo. Pero no todos.
Espérame en nuestro planeta azul.
Alioli vida






Tiempo inexistente

¿Sabes la de cosas que podíamos haber hecho estos 26 días? ¿La de cosas que hubiésemos hablado, que nos hubiéramos contado? ¿Tienes idea de lo duro que es ir a tu pueblo, a tu ciudad y no poder verte? Cada segundo que pasa y no puedo hablar ni estar contigo me parece que es otro segundo perdido. Otro segundo insignificante e inútil de mi vida que se va para no volver. Igual que tú.
Los días pasan y pasan inevitablemente, pero siento que el tiempo se ha parado dentro de mí. Como si siempre estuviera en el mismo momento. Y cada instante que no te tengo parece un siglo. Una eternidad. Esto es una auténtica mierda. La mayor mierda de toda la historia. Que caro es el tiempo, joder. Ojalá lo hubiese conseguido parar cuando estaba contigo. Cada tic, tac del reloj se me clava hasta en el alma y me va haciendo agujeritos, agujeritos por lo que se me va escapando la vida, gotita a gotita, sin ti.


jueves, 12 de noviembre de 2015

21 días

Hola amor.
Hoy hacía 21 días desde que te fuiste. 21 días desde que me instalé a vivir en el infierno. Me he dado cuenta de que a veces intento autoconvencerme a mi misma de que en realidad tampoco te quería tanto pero que va, te quería más que nunca, y mira que yo a ti te he querido desde siempre.
Hoy he hablado con tu padre, me ha dicho que soy muy especial y que nunca se van a olvidar de mí, que vaya a verles porque me quieren mucho. Y pensar que cuando estabas vivo me moría de vergüenza cada vez que pasábamos por tu casa a saludarles. Que irónica la vida, burlándose de mí, como siempre, porque ya no podremos ir juntos a comer a tu casa. Nunca.
Hoy han pasado 21 días desde que tu cerebro dejó de funcionar, 25 desde el accidente. 25 días sin conseguir acostarme sin haber llorado. Y los que me quedan. Mi madre también llora cuando se acuerda de ti. Y es que aquí en mi casa eras ya uno más de la familia. Que duro haberte perdido de esta manera.
Me siento tan sola desde que no estás, nadie puede llenar el vacío tan grande que me has dejado. Tú eras toda mi fuerza, todo mi apoyo. No se cómo seguir si no te tengo a mi lado. Es tan difícil avanzar sin ti que a veces pienso que no voy a ser capaz de conseguirlo.
No me puedo creer que no pueda contar contigo cuando esté histérica con los exámenes, que ni si quiera vas a estar para felicitarme cuando me saque la carrera.
Que me ha bajado la regla y necesito que me compres helados de chocolate pero no puedes.
Y cuando me saque el carnet no te voy a poder dar una vuelta, con las ganas que tenías de enseñarme a conducir.
Que no me vas a ver cuando me vuelva a poner morena y la última vez que nos vimos me dijiste la curiosidad que tenías.
Que no me vas a felicitar el año y a decirme que el 2016 va a ser el mejor de nuestras vidas.
Que vas a faltar a mi cumpleaños el año que viene. Y al tuyo. Sobretodo al tuyo, joder.
No puedo asimilar tanto dolor, no me cabe dentro ya.
Reproduzco en mi cabeza una y otra vez todas las conversaciones que hemos tenido y me parecen tan irreales que a veces pienso que te he soñado, que en realidad nunca has existido.
Pero luego me acuerdo de los besos que nos dábamos y de lo mucho que nos queríamos y sé que no había nada más real que eso. Nada.
Siento como me pesan los días, como me van aplastando lentamente y no se soporta. Lo peor es que no existe alivio, no existen palabras, nadie puede ayudarme a entender esto, ni si quiera a asimilarlo porque mi corazón se niega a asimilar que tendrá que querer a otra persona que no seas tú. Que ya no podré compartir mi vida contigo, joder pero si era lo que más quería. No podía si quiera plantearme una vida sin ti, no podía imaginarme el día en el que no estuvieras. Y de pronto ya no estás y no porque quisieras irte. Te echo de menos, vida. Te echo tanto de menos que no se que va a ser de mí.
Se me ha marchitado el corazón, se me está muriendo porque quiere irse contigo.
Y no puedo evitar quererte. Eso no. Pídeme cualquier cosa menos eso.
Ojalá pudiera hacer algo para que te devolvieran, que haría lo que fuera, te lo juro, lo que fuera.
Te quiero, te quiero, te quiero.
Alioli mi vida, azules noches.



Dimensiones

Será culpa del sabor de tu piel que ya todo me parece más amargo. Que díficil es vivir sabiendo que tú ya no puedes respirar, vivir sin tus mordiscos, saber que estás en otra dimensión. La música es millones de veces más triste sin tu voz, a veces todo a mi alrededor me parece ruido y te busco en cada palabra que oigo pero no te escucho. Y siento frío, ya no hay abrazos que me mantengan el calor. Los días son oscuros y en la noche tampoco sale el sol. A veces te busco en el cielo, en las estrellas y, aunque me encataría que fueras la que más brillara, la que me guiara siempre, deseo con todas mis fuerzas que no te hayas ido tan lejos. Que te quedes en mi cama.
Me pregunto si algun día volveremos a vernos, en otro plano, en otro tiempo. En otra vida. Y si nos reconoceremos. Seguro que sí. Y tendremos la historia que nos merecemos. Me muero de ganas, amor.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Hogar, dulce hogar

Hubiésemos sido tan felices que me acojona pensar que ya no estás. Hoy alguien muy importante para ti me ha dicho que en el amor siempre se tiene mala suerte, excepto una sola vez en la vida. Yo pensaba que ibas a ser mi buena suerte, pero creo que no la había peor que la tuya, o peor que la mía. Hoy tus padres están tristes, saben que tienen que ir a tu casa en la ciudad para recoger tus cosas pero todavía son incapaces de enfrentarse a eso. Joder, en esa casa íbamos a vivir en el futuro tu y yo. Siempre me lo decías y reconozco que muchas veces me lo imaginaba. Me encantaba esa casa. Allí hemos convivido aunque sólo haya sido por unos pocos días como pareja. Allí ha crecido nuestra confianza a pasos de gigante tratando de alcanzar los sueños que allí se incubaban. Allí hemos tenido un montón de momentos nuestros, de los dos solos, tan especiales como únicos, aunque pudieran parecer sencillos, en realidad lo eran todo. Y no sólo eso. Allí estuve hace siete años cuando te llevé la esclava gravada de plata y pasamos el día con vosotros. Y no habíamos vuelto a vernos. Y entonces retomamos el contacto y nos reencontramos. Y señales del destino que este mes de agosto pasado, exactamente siete años después, volví a entrar por la puerta de esa casa, pero con intenciones muy distintas a las de la última vez. Mucho más íntimas. Mucho más feliz. Y allí es dónde prometimos ir dentro de siete años, exactamente el 15 de agosto del 2022 pasase lo que pasase con nuestras vidas, a las 00.00h de la noche. Yo voy a ir. Lo sé. Lo sabía desde el segundo que lo prometimos, que yo iba a ir. Y me moría por ver si irías tú. Aunque imaginábamos que ni si quiera nos haría falta ir porque ya estaríamos viviendo en ella, o quizás en otra casa pero juntos, y entonces iríamos juntos o nos haríamos los distraídos y nos encontraríamos allí, para subir a la terraza y comernos a besos en la mejor noche de verano de todas nuestras vidas, para fundirnos con las estrellas. Yo voy a ir. Tú no sé donde estarás, pero espero sentirte allí. No me falles.
Por una parte tengo ganas de pisar la casa, pero por otra sé que me voy a venir a bajo y probablemente llore océanos. Porque voy a revivir cada cosa, cada detalle, cada segundo que pasamos allí metidos, encerrados, ajenos al clima, a la hora y al calendario. Felices. Esas escaleras por las que casi me caigo, el espejo en el que siempre te mirabas, la maceta que secuestraron en la feria y apareció en el salón, ese sofá en el que nos hemos querido, hemos escuchado música, te has quedado dormido encima mío viendo una película. Ese pasillo por el que te veía andar en calzoncillos y me encantaba. La ducha rota que nos fuimos sin arreglar, con su agua fría y tu toalla que seguirá ali colgada, en la percha. Tu habitación y,.. nuestra cama. La del fondo. La que no hacía ruido, pegada a la ventana. En esa cama donde hemos dormido tan abrazados que parecíamos uno. Esa cama en la que nos dábamos los mejores buenos días de la historia. Donde teníamos largas, serias e intensas conversaciones. Donde nunca se acababan las caricias, las palabras bonitas, los besos en la espalda.
Que oportuno es el destino que antes de irnos la dejamos totalmente recogida, la limpiamos, barrimos, fregamos y hasta quitaste todas las colchas y las sábanas de todas las camas para lavarlas. La semana anterior la habíamos dejado echa un desastre y justo ese lunes la dejamos impecable. "Que contenta se va a poner tu madre" te decía. Sí. Ojalá.
Ojalá pudiéramos volver para desordenarla, para ensuciarla, para llenar el suelo de pelos cada vez que me lo cepillo, de pelusas del chándal. Para apuntarte con la ducha cuando ya estés vestido y mojarte entero, inundando el baño. y deshacer todas las camas. Y cocinarte todo el fin de semana. Allí se quedaron nuestras palomitas de mantequilla "para la próxima vez que fuera" pero no me dio tiempo a volver. Te fuiste antes de que me diera tiempo a volver.
Que rabia me da vida, todas las cosas que nos hemos dejado a deber. Las que nos hemos dejado a medias. Las que nos hemos dejado sin hacer. Y por mucho que me esfuerzo sigo sin entender... ¿por qué?
A veces te imagino cayéndote de la moto, ¿qué se te pasaría por la cabeza en ese momento? ¿Cómo ibas si quiera a sospechar que te ibas a morir, que no te ibas a recuperar de esa caída? Es que no me creo que no te hayas recuperado. Pero si tú eras un luchador. Si tú eras mi héroe y ahora era cuándo más te necesitaba. Mierda amor, tres semanas ya sin verte. Tres semanas de dolor. Tres semanas sin tu amor. Amor... cuánto necesito que me des una dosis de eso.
Azules noches mi vida.
Te amo

martes, 10 de noviembre de 2015

Gritaría hasta recobrar la cordura

Que asco me da la gente feliz. Es auténtica rabia, auténtica alergia. Es envidia de la mala, de la peor. Desde que no estás siento que no tengo porqué ser amable con nadie, porque la vida no ha sido amable conmigo. Y me ponen enferma.
Toda la gente que está con las mierdas esas de atraer a las buenas energías del universo con pensamientos positivos y bla, bla, bla... esas cosas no funcionan conmigo. A mí se me debió joder el imán, o directamente nací sin él, porque vaya puta porquería.
Hoy más que triste creo que estoy enfadada. Ni si quiera sé con quién o qué, pero menudo cabreo tengo, me hierve la sangre, me arden los puños. Quisiera gritar, gritar hasta desgarrarme la garganta, pegar puñetazos, patadas, incluso morder con todas mis fuerzas hasta agotar la última miguita de mi energía y quedarme totalmente anestesiada en el suelo, en el más profundo silencio y cerrar los ojos y descansar, aunque sólo fuera por un momento, descansar de este dolor que me atormenta y me persigue, día y noche, noche y día.
Estoy enfadada contigo, muy, muy, muy enfadada. Pero sé que tu tampoco querías que esto pasase y que si de verdad me escuchas lo tienes que estar pasando realmente mal, pero entonces ¿a qué esperas para mandarme una señal? ¿Es que no te parece que estoy lo suficientemente receptiva?
A veces hablo sola por la calle, imaginándome que vas conmigo, y mantengo conversaciones mirando al lado como si pudiera verte. Y pienso en lo loca que tengo que estar si de verdad no puedes oírme. Pero te seguiré hablando por si acaso, como me dice mi madre.
Todavía no puedo evitar mirar el móvil todas las mañanas esperando tener tus mensajes, pero que va. Nunca están, nunca estarán. En el fondo lo sé, pero no puedo evitar comprobar que efectivamente es real. A veces una sonrisa triste me delata, porque me acuerdo de todas las cosas bonitas que me ponías y me encantaba leer por las mañanas. A veces me mandabas fotos del paisaje que tenías delante amaneciendo o simplemente una imagen espontánea de lo que tus ojos estaban viendo y me encantaba, me encantaba poder ver lo que tu estabas viendo y compartir contigo ese momento aún estando físicamente tan lejos. Y digo físicamente porque en todos los demás sentidos estábamos conectados 24/7, y esa era la mejor sensación del mundo.
Sobretodo saber que ya desde tan pronto estabas pensando y acordándote de mí. Tú sí que sabías hacerme sentir especial.
No sabes cuánto te necesito, las ganas que tengo de verte, de olerte. De extender mis manos y tocar tu cara, esa sensación en la yema de mis dedos al entrar en contacto con tus mejillas, con tus párpados, con tu frente. Recorrer todas las líneas de tu cuello, saltar entre tus lunares. Besarte la tripa. Volver a ver esa cara que ponías cuando te mordía las orejas. Y esos escalofríos que te daban. Me encantaba.
Era curioso como habíamos pasado tantísimos años sin vernos, tantos sin hablarnos, y de pronto eras la persona que mejor me conocía. Cuando por fin quedamos la primera vez tras siete años teníamos pánico a que la situación se volviera incómoda, pasando por rara. Pero que va, desde ese abrazo que nos fundió en uno la conexión se hizo instantánea. Y sólo fue estrechándose según pasaban las semanas, los días, los meses. Y verte era el mayor placer de mis ojos. Y poder oírte, aunque fuera en la distancia. Te sentía pegado estando lejos y eso es la prueba más grande de lo increíble que eras, porque que hay personas que sientes a leguas y las tienes a centímetros.
Gracias por todo y por tanto, por reaparecer en mi vida de la mejor manera que tanto tiempo había soñado, por regalarme hasta el último de tus suspiros. Por todo lo feliz que me hiciste, aunque por desgracia fuera por poco tiempo. Sé que no estaba en tu mano. Que si lo hubiera estado hubieses removido cielo, tierra y agua para haberme hecho feliz todos y cada uno de mis días, porque así me lo demostrabas. Porque así me querías. El nuestro era un amor de niños, con declaraciones por cartas certificadas y todo. No le faltaba de nada. Sólo días, sólo años, sólo vidas...


lunes, 9 de noviembre de 2015

Sonrisas

Miro una vez y otra vez y otra vez nuestras fotos. Que difícil es tenerte tan cerca y no poder besarte, ni si quiera abrazarte. Pero qué sonrisas. No hay una en la que salgamos serios. Era imposible. No recuerdo nunca haber sonreído tanto como cuando estaba contigo. Volaban sin querer de tu boca a la mía y no podíamos hacer nada para evitarlo. Creo que mis labios nunca han sido tan felices. Ya no volverán a serlo. A veces sonrío, sí. Incluso me río a carcajadas de alguna estupidez. Pero no es igual. Hay tristeza en mi boca. En mis ojos. Ya no llevo media luna creciente en la cara. Y cuanto más te miro más guapo me parece que eras. Has dejado un cuerpo bonito, eh. Que suerte tienen los gusanos. Me dan ganas de vomitar sólo de pensarlo. De echo a veces vomito, creo que es porque se atragantan las sonrisas en mi garganta. Esas que ya no encuentran el motivo para salir y viven esperando que las provoques. Pobres. No saben que se van a morir. Ojalá os encontréis allí dónde estéis, dónde vayáis.
Que te den muchos besos de mi parte. Cuídalas. Con nadie van a estar mejor que contigo. Al fin y al cabo te pertenecen. Te las ganabas todas. Se enamoraban. Era imposible no enamorarse. Imposible no quererte.
Te quiero, sonrisas azules.


El final alternativo

Pasaron los meses y por fin ella se mudó mucho más cerca de él, pasaron de estar a más de 500 kilómetros a tan sólo una hora y media de su casa. Que ya era tiempo, pero en comparación con la distancia de antes, era una gozada.
Poco a poco fueron forjando la relación, se fueron uniendo más y más cada día. Hasta que estaban locamente enamorados el uno por el otro. Todos los días eran los días más felices de su vida, vivieron juntos los mejores años de su juventud, hicieron un montón de viajes, conocieron un montón de sitios y probaron un montón de comidas nuevas. Conocieron nuevas personas y mantuvieron las mejores que tenían. Y todo era sonrisas. Los días 15 eran los mejores de todo el mes, aunque en realidad sólo eran una escusa para sorprenderse el uno al otro y enamorarse más. Acampadas bajo las estrellas, baños desnudos en la playa, sofás, películas y manta.
Al cabo de dos años se fueron a vivir juntos. Ella le preparaba el desayuno por las mañanas menos los fines de semana, que se lo llevaba él a la cama. Tenían una habitación llena de bonsais y una terraza rodeada de girasoles. Dos perros y un cuarto de baño con bañera. Las paredes eran azules y muchas estaban repletas de dibujos, de letras de canciones. Un proyector gigante colgaba del techo de la habitación para montarse el cine en casa. Siempre había palomitas de mantequilla en el armarito de la cocina. Él volvía de trabajar cansado pero con una sonrisa en la cara, ella le saltaba encima en cuanto oía el sonido de sus llaves en la puerta. Y se comían a besos hasta que se dormían, había noches que ni si quiera cenaban. Se cenaban.
Al final él la convenció para tener hijos antes de los 30. Y tuvieron dos. Un niño y una niña, preciosos, ambos habían heredado la sonrisa y la labia de él, la inteligencia de ella, sus ojos. Que guapos eran. Y que felices. Las vacaciones familiares eran lo mejor. Las cenas todos juntos, los paseos por el parque, los partidos de fútbol. Era esa clase de familia que se vuelve la envidia de todo el barrio. No los había mejores. Claro que tenían problemas, pero eso era lo que les mantenía más unidos todavía.
Al final se casaron, fue una boda de disfraces, preciosa. Como ella siempre había soñado. Todos los invitados iban disfrazados pero el disfraz de los novios era increíble. Les encantaba ver una y otra vez el álbum de fotos. Esas sí que eran fotos que merecía la pena tener impresas y no en el móvil.
La verdad es que había fotos impresas por toda la casa. De todos sus amigos de todos sus familiares, en blanco y negro, en color, grandes, pequeñas, medianas... y en todas ellas sonrisas en la boca.
Cuando los niños fueron más mayores se les llevaron de crucero por el Mar Mediterráneo, dónde ellos se conocieron cuando sólo tenían 13 y 14 años y siempre soñaban con llevar algún día allí a sus hijos, para hacer con ellos ese viaje mágico que les cambió la vida, aunque en ese momento ni si quiera lo supieron, aunque tuvieron que pasar ocho años para que él se enamorara de ella. Ella le estuvo esperando. Y mereció la pena. Porque desde entonces toda su vida fue un sueño y no quería dormir, porque nada de lo que soñara dormida podía ser mejor que lo que vivía cuando estaba despierta. Tenía todo lo que quería.
Siguieron pasando los años y sus hijos también se casaron y tuvieron sus hijos. Ellos ya sólo eran un par de abuelos jubilados que vivían en un apartamento chiquitito en frente de la playa, adoraban a sus nietos y la cerveza fría en la terraza. Él siempre les contaba historias, les contaba la suya propia, la suya con ella. Y sus nietos siempre decían que cuando fueran mayores querían una historia de amor como la suya. Eterna y pura. Y así pasaron el resto de sus días, paseando despacito de la mano por la playa, recordando lo felices que habían sido y lo felices que serían hasta el día en que se murieran, juntos, después de haber disfrutado de toda una vida, de años y años de momentos únicos y de historias que por mucho que las contasen, al final sólo entendían ellos dos el valor que tenían y todo lo que representaban. La felicidad vivida de la mano de un amor que duró toda la vida, la vida más larga que se pueda tener.


domingo, 8 de noviembre de 2015

El destino

Cada segundo que pasa y no puedo hablar contigo se vuelve una eternidad, vida.
Como echo de menos el sonido de tu voz, no había mejor música para mis oídos que la melodía de tu risa. Y no se que hacer mi amor, no se que hacer para acostumbrarme a vivir sin ella. O desacostumbrarme a ti. Tenías todo lo que necesitaba en alguien para que me hiciese feliz. Y es que eras un amor. Eras el amor en persona. Que suerte tenía de poder besar al amor en los labios. Que el amor me dijera que me quería. No puedo vivir sin amor. Nadie puede. Siento como mi alma se va haciendo pedazos, cada vez más pequeños y más pequeños, incluso algunos ya han desaparecido y son microscópicos, no creo que pueda volver a contar con ellos. Y aquí estoy, con los trozos que aun me quedan de mí, intentando pegarlos a tus recuerdos para poder levantarme de la cama una vez más, practicar la mejor sonrisa que puedo frente al espejo y esperar a que pasen las horas, los minutos y los segundos, sin más. Sin sentido alguno. Desorientada. Porque no se ni dónde estoy ni donde voy, ni donde debería ir. Lo único que me apetece es estar contigo, lo que daría por estar contigo otra vez en ese maravilloso y último fin de semana que pasamos juntos. Menos mal que fui a verte. Menos mal, vida.
Nunca te dije que me había enamorado de ti, porque ni si quiera yo quería verlo. Pero joder que si lo estaba, que si lo estoy. ¿Cómo se desenamora alguien de un muerto? ¿Por qué te has tenido que morir? Todas las mañanas cuando me despierto pienso: "Ya falta un día menos para vernos, mi amor." Y ojalá así sea, y ojalá me quieras si me muero vieja y fea. Y tú seguirás teniendo 23 años. ¿Cómo se puede morir alguien con 23 años? Es jodida y completamente antinatural. Tenías tantas cosas que hacer, tanto por vivir... ya no sólo conmigo, si no tu vida entera. Tu puta vida entera que ya no es nada. Ya no eres vida. Ni si quiera sé lo que eres.
Que ingenuos somos, planeamos toda nuestra vida, vivimos condicionados por unas normas, por unas bases sociales y económicas que tenemos que seguir, y nos pasamos toda ella pensando en el futuro, en los días que vendrán, inconscientes de lo frágil que es. De que al final está única y exclusivamente en las manos del destino. Y no hay nada por encima de él, ni si quiera ese a quien llamáis "Dios".
La vida es un viaje, y contigo a bordo mi trayecto era el destino.
Ya no tengo ni destino. Ya no sé ni lo que tengo. Si te soy sincera me da igual, me da igual todo. Lo peor ya ha llegado y se va a quedar porque tu te has ido.
El destino... ese grandísimo hijo de puta.
Y nadie puede huir de él, nadie puede escapar de su propia historia. Ni si quiera el amor.


sábado, 7 de noviembre de 2015

Lo que hemos vivido

Hay días en los que hasta las moscas me dan envidia. Se dedican a revolotear encima tuya para posarse cuando te descuides. Se frotan las manos cómo si estuvieran tramando un plan para destruirnos. Al menos ellas ya tienen plan. Ya tienen más que yo.
Te dejo aquí nuestra canción porque no he parado de cantarla mientras me duchaba, ni he parado de llorar mientras la cantaba. Por volver a oírla juntos. Por lo que hemos vivido pero sobretodo, por todo lo que nos quedaba por vivir. 
Hoy tampoco he podido abrazar tu voz. 
Te echo de menos más que ayer, pero menos que mañana.
Te amo mi vida. Te amo, te amo y te amo.
Alioli.

Nada peor que respirar tu ausencia

Otra maldita noche de mierda. Pesadillas, pesadillas y más pesadillas. Y me despierto quince veces. Me desvelo a las 7.30 y aunque no tenga más sueño hago lo posible por volverme a dormir, por apurar en la cama hasta las 12.30 como mínimo. Cuánto más tarde me levante, más corto será el día. Menos horas para pensar. Menos horas que echarte de menos.
Joder vida, hay tantas cosas que me encantaría contarte y no puedo.
Ya he terminado de verme esa serie con mi hermana y no puedo contarte el rebuscadísimo e inesperado final. No puedo contarte las gilipolleces que tienen algunas personas en la cabeza últimamente (y siempre). No puedo contarte que nuestro plan de juntar a tu amigo con mi hermana está dando sus frutos y joder, esa sí que sería una historia bonita. Y tú vas a perdértela. No es justo.
No puedo contarte lo que hice ayer, lo que no sé si hacer hoy. Que me estoy poniendo mala y no puedo permitírmelo porque ya no te tengo para preocuparte por mí. Para recordarme que me tengo que tomar los antibióticos. Ya no te tengo preguntándome 25 horas al día que si estoy mejor. Y sin eso ponerse mala no merece la pena.
Hace sol. Que rabia me da que ya no puedas sentir el placer de que te caliente la cara. Ya nunca vas a sentir lo que es el calor, ni el frío. Ni la lluvia mojándote. No te voy a poder traer a ver la nieve, ya nunca vas a disfrutar de lo que es dar vueltas con la boca abierta intentando atrapar los copos que caen del cielo, muy fríos en contraste con tu lengua caliente. Ni hacer un muñeco de nievo, una batalla de bolas. El chocolate caliente cuando entras en casa. Joder mi amor, te vas a perder los mejores detalles. Esas cosas que parecen tan insignificantes y que al final son el sentido de la vida. Aquello para lo que existimos, aquello por lo que merece la pena vivir. Que caprichoso el destino que no debió tardar ni 60 segundos en arrebatarte todo eso. Todo aquello por lo que habíamos luchado. Da igual cuánto nos esforzamos, cuánto tiempo invertimos, las ilusiones y ganas que le habíamos puesto. En 60 segundos se fue todo a la mierda. Tu vida. La mía. De la jodida manera más tonta. Que rabia. Tu ya ni si quiera brillas y yo he vuelto al punto de partida. Estoy aquí sentada sin saber otra vez que hacer con mi vida. Sin trabajo. Sin dinero. Sin esperanzas. Sin sueños. Sin planes. Tenía toda mi vida planeada. Toda mi vida por fin iba a dar ese giro de 360º que necesitaba desde hacía tantos años, y lo iba a dar gracias a ti. Por fin el sueño se iba a convertir en realidad, en mi realidad, en mi día a día. Tanto tiempo esperando que llegara ese momento en el que tuviera las fuerzas suficientes para enfrentarme al cambio que cuando por fin lo hice (gracias a ti) estaba segura de que nada podía salir mal. Ya está. A partir de ahora iba a ser feliz. Y por muy difícil que sabía que iba a ser, estaba segura de que estarías conmigo y no podía pedir nada más, nada mejor.
Cuatro días después estabas de camino al hospital.
¿Por qué?, ¿por qué ahora? .
Puta vida que te burlas de mí como quieres y más. ¿Te parece divertido? Nos quitaste lo mejor que teníamos incluso antes de poder llegar a disfrutarlo. Injusta.
Me has quitado lo que más quería. No esperes nada de mí ahora. Nunca. Me das asco. Todo me lo da.
Me has quitado los planes, los sueños, las promesas, las esperanzas, las ilusiones, el futuro, mi vida. Que siga respirando no significa que siga viva.
Vivir es mucho más que respirar. De qué te sirve respirar si no tienes a esa persona que se tumbe encima tuyo a escuchar esa respiración. Que esa respiración le haga feliz.
Amaba escuchar tu respiración, igual que tu corazón latir.
Jamás olvidaré la última vez que lo escuché. Porque fue la última vez que viví.

viernes, 6 de noviembre de 2015

Siempre hay una penúltima vez para todo

Hola mi vida
ya casi me he acostumbrado a este dolor de barriga que tengo desde que te fuiste.
Hoy me han dado mi regalo de cumpleaños, ese en el que tú también participaste y me ha encantado. Me encanta que me sigan llegando regalos encargados por ti incluso aunque tú ya no puedas dármelos. Como la bufanda de tu abuela y lo de hoy. Que rabia que ya no puedas mandarme todas esas cosas que no te dio tiempo a preparar. El anillo grabado, la eterna carta de amor que me decías que me ibas a escribir contándome cada uno de tus sentimientos y pensamientos sobre mí, Dios creo que todos los días pienso en esa carta. Ojalá la hubieras escrito. Ojalá alguien la encuentre un día ordenando tus cosas y me la haga llegar. Ojalá.
Mil veces te quedabas callado cuando me llevabas en el coche a la estación, mil veces te decía que cuando me subiera al autobús me ibas a querer decir millones de cosas que no me estabas diciendo cuando tenías la oportunidad y en vez de eso te quedabas callado, mirándome de reojo, triste de saber que se acercaba la despedida. "No importa, porque pronto te escribiré la carta y lo leerás todo." Mierda. Todos los "pronto" que salieron de tu boca ese fin de semana me parecen el tiempo más lejano del mundo. Cómo íbamos si quiera a imaginar que esos "pronto" significaban en realidad "nunca", jamás.
"No llores que te prometo que nos vamos a ver pronto" Es lo último que me dijiste en persona en la estación, me abrazaste con fuerza y me besaste con pasión. El último abrazo de toda mi vida. De toda la tuya.
Jamás volvimos ni volveremos a besarnos con pasión, ni si quiera sin ella.
Recuerdo que todo el camino hacia la estación fuimos haciendo planes con el calendario en la mano, marcando los fines de semana de todos los meses hasta mediados del año que viene que íbamos a vernos. Todas las cosas que haríamos. Cómo conseguiríamos el dinero para hacerlo. Se te ponían los ojos brillantes de pensar en todo lo que teníamos por delante, tantos meses para hacer tantas locuras que parecía un sueño. Y el sueño se volvió pesadilla. Y todavía no me despierto, sé que no podré despertarme nunca.
Cómo imaginar si quiera que era la última vez que me llevabas en coche. La última vez que escuchamos una canción juntos en la radio, la última vez que me limpiabas las lágrimas de la despedida, que me decías lo mucho que me ibas a echar de menos. La última vez que me cogiste la mano. La última vez que te veía con los ojos abiertos y con esa sonrisa contagiosa en la boca. Y de tu boca a la mía. Y abrazos fuertes, muy fuertes, para guardarlos hasta la próxima vez que volviéramos a vernos. Joder, tenía que haberte abrazado trillones de veces más fuerte.
Pero remontémonos a ese fin de semana.
Cómo se me iba si quiera a pasar por la cabeza que era la primera y la última vez que íbamos al cine juntos. La primera y última vez que me acoplaba a una cena con todos tus amigos a los que apenas conocía. "Nunca he llevado a una novia a cenar y pasar tanto tiempo con mis amigos" me dijiste nervioso esa tarde. "No me digas eso que ya llevo bastante presión" y acabé jugando con ellos al futbolín y tu haciéndonos vídeos a cámara lenta. La última vez que me hacías un vídeo.
Como iba a pensar que aquella vez era la última que me hacías el amor. La última. Imposible. Si no había nada mejor en el mundo que hacer el amor contigo. Daba igual la hora que fuera, el sitio en el que estuviéramos, cuánta gente nos estuviera esperando. Siempre era perfecto.
Y siempre me decías "te debo uno". Me lo deberás siempre. Y mis siete millones de besos. Joder, eso sí que me jode. Los siete millones de besos que me debías y no me diste. Ha sido mi mayor ruina. El mayor agujero negro que le podías dejar a estos labios.
Y eso que me habías prometido que siempre sería la penúltima vez para todo. Pasase lo que pasase. Me lo prometiste joder y yo estaba tan segura de que ibas a cumplirlo, pero tan segura que no podía tener miedo de que no lo hicieras. Estaba tranquila. Sabía que pasase lo que pasase sólo sería la penúltima vez que me hacías el amor, que me dabas un beso y me mordías el pircing. La penúltima vez que nos tomábamos una cerveza, nos echábamos un baile, una partida a las palas. Y ni si quiera teníamos pelota, usamos un paquete de kleenex que tenías en el coche, pero fue la mejor partida de palas de mi vida. Pero ninguna de esas veces era la penúltima. Aunque así nos lo creyéramos. Nunca volveríamos ni volveremos a hacerlo. Y "nunca" es la palabra más dura que alguien pueda pronunciar jamás.
"Nunca digas nunca" te decía yo siempre. "Que no puedes saber lo que va a pasar". Y nunca te dejaba decirlo. Yo ahora lo digo todos los días. Porque es verdad que no puedo saber lo que va a pasar. Pero sí puedo saber lo que no va a pasar. Y nunca volveremos a hacer todas esas cosas que me hacían tan, pero tan feliz. ¿Y sabes por qué? Porque las hacía contigo. Por todo eso que me trasmitías mientras las estábamos haciendo. Eso que nunca ha conseguido ni conseguirá nadie.
Siempre te lo dije y siempre lo diré, teníamos la historia de amor más bonita del mundo. La más bonita. Y aunque no era perfecta, ni si quiera era fácil. Más bien era todo lo contrario de fácil. Tengo que estarte infinitamente agradecida porque luchaste por ella hasta el final. Hasta el final, mi amor. Hasta el último de tus días luchaste para poder estar conmigo, para hacerme feliz. Querías que lo dejara todo para estar contigo y quererte y amarte hasta el último de tus días. Y lo conseguiste, mi vida. Hasta el último segundo estuve contigo. Ojalá lo sepas. Y ojalá te quedes conmigo hasta el último de los míos. Y ojalá lo sepa.
Ya lo único que me consuela es pensar que esta noche será la penúltima vez que sueñe contigo. Y todas las noches.
Y que todas las últimas veces vuelvan a repetirse en mis sueños. No dejaré de soñarte nunca, porque si no es contigo no es un sueño.
Azules noches, mi vida.
Te amo con locura.
Alioli.


jueves, 5 de noviembre de 2015

Te echo de menos

Amaba contarte cuentos antes de que te durmieras. Todo me recuerda a ti y la vida apesta desde que te fuiste. No solo nada volverá a ser como era. Si no que ya nunca sabré cómo hubiese sido si te hubieras quedado. Conmigo.
Extraño tanto tu piel tostada, tus costillas marcadas, tus lunares de la espalda. Extraño tanto el tacto de tus manos ásperas, tu ombligo perfecto, tu pecho de lata.
Esa facilidad para quedarte dormido en 7 segundos. Dejarte el final de la comida en el plato, el pico del pan.
Echo de menos esa risita nerviosa cuando oías mi voz al otro lado del skype.
Tu manera de acariciarme el pelo, las orejas, la cintura.
Tu cara de seta cuando algo te molestaba.
El silencio que había cuando me dejabas sin palabras.
Sentir el cielo en el estómago a tu lado.
Hasta el último poro de mi piel de gallina cada vez que me rozabas y tu sonrisa cuando eso pasaba.
Las duchas con agua fría.
Inventar palabras.
Aprender idiomas.
Soñar...

Montaña

Que raro se me va a hacer dormir fuera de mi cama esta noche. Pero quizá me haya venido bien salir de allí, aunque sólo hayan sido unos pocos kilómetros.
Esta noche seremos una más con la que compartir cama pero no importa, cuanto más apretujados estemos, mejor.
Ojalá hubiera tenido la oportunidad de enseñarte todo esto. De mostrarte sus paisajes y hacer que sintieras su frío. Te hubiese hecho respirar la pureza del campo, el olor de todas las hojas mojadas. Ese sí que hubiera sido un otoño bonito. Un otoño del color de tus ojos. Me hubiera encantado. Y a ti. Con lo que te gustaba viajar.

Nos quisimos bien

Hola Lila,
sé que muchas veces he sido la primera en decir que antes que sentir dolor es mejor no sentir nada y que no compensan las cosas buenas con el sufrimiento que te queda al haberlas perdido. Pero, ¿sabes?, de ti no puedo decir lo mismo. Porque no me puedo arrepentir de uno sólo de los segundos que he pasado contigo, aunque ahora me quemen y me consuman por dentro. Que sí, que este es el peor sentimiento que podría tener nadie jamás, que no imagino nada en el mundo que pueda doler más que esto. Pero que feliz me hacías. Cinco minutos a solas contigo compensaba todo este dolor. Eras así. De esa clase de persona que merece la pena conocer. A la que no le dedicas tu tiempo si no que lo inviertes. Y odio a la vida, odio al destino por esto que nos han hecho. Pero también tengo que estarles agradecida, por haberme dado la oportunidad de haber vivido un sueño contigo. Aunque haya sido breve. Aunque haya sido prácticamente fugaz. Sé que fue real, que los dos nos quisimos como nadie se quiere. Que no hubo un solo día en el que no te lo dijera. Ni un solo día en el que no nos lo demostráramos. Si tuviera que describir nuestra relación con una palabra sería "locura". Porque lo nuestro era una locura detrás de otra. Y eramos conscientes, pero nos queríamos tanto que no podíamos evitar hacer cualquier cadena de estupideces para poder vernos. Para pasar un par de horas más juntos. Aunque fuera durmiendo en un coche. Y como amaba nuestras sorpresas. En cualquier parte. Los días se basaban en encontrar la manera de hacernos felices el uno al otro, cada día de una manera diferente. Y todos los días eran geniales. Y nos hubiesen sobrado ideas para hacernos felices, nos hubiesen sobrado las ganas, pero nos faltó tiempo. Nos faltó vida. Nos faltaron días suficientes para querernos. "Que todo esto dure eternamente" me decías. Que poco ha durado la eternidad a tu lado, mi amor.
¿Sabes una cosa? Anoche por fin soñé contigo. Lo único que recuerdo es que estabas vivo, que yo te mordía las orejas y nos comíamos la boca a besos. Sólo recuerdo cinco segundos de todo el sueño. Pero qué cinco segundos. Esos sí que han sido los mejores cinco segundos que recuerdo desde hace mucho. Y me he despertado feliz, feliz de haber pasado otra noche contigo.
Sigo sin comprender cómo ha podido pasarte esto a ti, si no había persona más buena que tú. Cómo han podido matar esa sonrisa. Lo siento, a mí no me consuela pensar que en el cielo faltasen ángeles, cómo pueden decir que eres una estrella más que brilla en el cielo, si mi cielo está infinitas veces más oscuro desde que te fuiste. Más falta me hacías a mí aquí en el suelo, que tú eras el único que me daba alas y fuerza para batirlas. Ahora me falta el aire en el pecho.
"Cuánto más lejos estás, más me cuesta respirar"
Imagínate. Que no sé ni dónde estarás.
Pero estés donde estés te azuleo.
Por cada segundo radiante. Por cada sonrisa que pusiste en mi cara. Por lo bien que nos quisimos.
Alioli vida.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Buenas noches

Hay determinados momentos del día que son especialmente difíciles. Eternamente duros. Esos momentos en los que me da rabia lo guapo que eras. La forma de ser que tenías. Lo bien que te sentaba la ropa. La tuya, la mía más. Esos momentos en los que te echo de menos más de lo normal. Esos momentos en los que me doy cuenta de que hoy tampoco escucharé tu voz antes de dormirme, que tendré que irme a la cama sin tus buenas noches. Pero tú sin las mías no. Eso nunca.
Yo sólo puedo tocar madera porque la suerte me deje soñar esta noche contigo.
Azules noches mi vida.

El poder de la música

Hola vida,
te alegrará saber que hoy por fin he escuchado música. Al principio me daba un poco de miedo, pero había algo de mí que necesitaba escucharla. Me he puesto las botas y el gorro, auriculares en los oídos y  me he recorrido un montón de sitios donde habíamos estado antes. Andando. Observando el paisaje y las finas gotas de lluvia que poco a poco iban mojando la calle. Y me he sentido exactamente igual que las otras veces que viniste y hacía frío y llovía fuera, he sentido como si tú también estuvieras allí, admirando la belleza que se esconde en el otoño, y aunque pienso que es la estación más triste de todo el año, sintiendo que la estaba viendo allí contigo ha hecho que me pareciera hasta bonita.
Todas nuestras canciones sonaban en mis oídos a todo volumen y, para mi grata sorpresa, no sólo no han perdido significado si no que ahora me siento más identificada con ellas que nunca. Pero lo que más me ha gustado ha sido la sensación que he tenido mientras las escuchaba, casi podía verte enfrente mío cantándolas a dúo. Y te he sentido increíblemente cerca. Ha sido algo mágico. Dos semanas buscando la forma de conectarme a ti y resulta que el poder está en la música. En las letras de nuestras canciones, esas que me pasé todo el fin de semana cantándote y tú toda la semana aprendiendo para cantarlas conmigo. Te noto en cada una de sus notas. Y he llorado vida, pero de felicidad.


¿Quién quería príncipes teniendo bichos azules?

Yo no era tu princesa, era tu republicana chula. Tú no eras mi príncipe, eras mi bichito azul. No necesitábamos castillo, cuanto más pequeña fuera la cama mejor. Tampoco necesitábamos carrozas, me encantaba montarme en tu coche y cambiarte todas las emisoras de radio hasta que ponían una canción que me supiera y te la pudiera cantar. No necesitábamos dinero ni joyas caras. Teníamos besos y nos regalábamos imperdibles con formas de corazones. Cambiamos a todos los criados y sirvientes por el camarero de aquel bar al que bajábamos a tomar el aperitivo. Cambiamos el champagne de lujo por la cerveza 'estrella levante' y los manjares por lacasitos y gominolas de colores. Sustituímos los vestidos y trajes por un chándal y un pijama y los zapatos de cristal por deportivas, de esas que son tan cómodas que te puedes recorrer el mundo a pie. Cambiamos las cenas y los bailes elegantes por ir al cine un domingo por la tarde noche y unos nuggets de 20 con salsa barbacoa.
O una partida a los dardos con mi pésima puntería y tus trampas.
Cambiamos las coronas por gorras vistosas y los discursos por esas canciones que improvisabas para mí, siempre con el mismo ritmo pero distinta letra. Y cómo me hacían sonreír.
Cambiamos la hora mágica de las 00.00 por las 05:37 y joder, era mi hora favorita.
Sustituímos el hada madrina por unos amigos de la hostia y la barita mágica por pajitas con formas que adornaban las copas.
No necesitábamos un caballo blanco, que si hacía falta te llevaba yo en brazos.
La única parte con la que me quedaba del cuento es la del beso. Porque a ti y a mi otras cosas no sé, pero el amor verdadero lo derrochábamos.

martes, 3 de noviembre de 2015

Besos salados

Te voy a resumir un pedacito del mejor verano de mi vida. Probablemente del mejor baño que me haya dado en el mar. Era Agosto. Un día de esos calurosos cómo hacía años que no los habían. Prácticamente me obligaste a salir de mi casa para ir a beber cerveza con tu prima. Que vergüenza. No quería. Pero después de que llevaseis media hora recorriendo todas las calles próximas a la mía, me convenciste. Y menos mal. No sólo me lo pasé increíble esa tarde, si no que a partir de ahí todos los momentos fueron insuperables. Cerveza y risas hasta que me tuve que ir y antes de marcharme te robé un beso. "¿Estás segura de eso?" - "No." Te contesté sonriendo y me fui corriendo.
A la mañana siguiente nos vimos en la playa. Te vi aparecer con tu bañador de lejos y esa sonrisa puesta en la cara. Qué calor, cómo sudabas. Fuimos a comprar agua y después dejaste tus cosas en mi toalla. Corrimos a la orilla porque la arena ya quemaba y nos abrazamos entre las olas. Poco a poco nos fuimos alejando de la gente, de la arena y hasta del mundo. Sólo quería seguir abrazándote y enredarme a ti aprovechando el poco peso que tenía en el agua. Y que rica tu piel salada, no podía parar de besarla. Y de vez en cuando un beso en los labios que se nos escapaba. Y otro. Y entre beso y beso sonrisas. Esas sonrisas que hablan por sí solas, esas sonrisas que te salen cuando sabes que no inventaron palabras para explicar lo que sientes, Y saber que tú estabas sintiendo lo mismo. Felicidad en estado puro. Que no importaba que hora era, cuánta gente nos rodeaba. Algunos nos miraban con rabia, otros con envidia. Otros curioseaban y otros ni si quiera nos veían. A mí no me importaba. Me sentía invisible para el resto de personas. Para mí sólo estábamos tu y yo y la inmensidad del mar. Y nuestros cuerpos juntos, muy juntos. Y nuestras manos que se acariciaban y se buscaban entre las burbujas. Y buscar sentirte, sentir tu piel con mi piel. Y mi primera vez en la playa. Y yo sólo pensaba: que bonito.
Y es que tenías la maravillosa capacidad de hacerlo todo bonito. Cualquier cosa. Todo a tu alrededor se volvía bonito, se volvía precioso. No se podía comparar el sol con tu cara radiante. Era esa luz que desprendías que me tenía hipnotizada. Que no quería separarme de ti ni dos centímetros porque me parecía que estaba a kilómetros de tu boca. Y cómo me llamaba tu boca y yo sólo quería callarla.
Y me bebí el mar en tus labios.
Lo que más duele no es recordar tu sonrisa. Lo que más duele es pensar que ya nunca sabré si la hubiesen heredados nuestros hijos. Ni si quiera sabré si hubiésemos llegado a tenerlos.
Una vez me dijiste que le ibas a contar nuestra historia a tus nietos, aunque no fueran conmigo. Que duro es pensar que ni si quiera vas a poder tenerlos. Pero te aseguro que si algún día yo les tengo, se la contaré con todo el cariño y el amor con el que la guardaré siempre.
Pasan las horas e intento distraerme, te alegrará saber que he resumido siete u ocho páginas del libro de Psicopatología esta tarde, aunque no me haya enterado casi de lo que he escrito. No me puedes renegar porque al menos lo he intentado.
Mira que hora es todavía y yo ya estoy deseando dormirme, probar suerte para ver si esta noche sueño contigo. Y eso que casi todas sólo tengo pesadillas, me despierto ciento cincuenta veces y me duele tanto la espalda que no puedo ni levantarme. Pero lo seguiré intentando. Porque una vez soñé que estabas vivo y aunque ni si quiera en mi propio sueño me recordabas, aunque ni si quiera me hablaste, me sentí tan inmensamente feliz de tenerte en frente que cuando me desperté me pareció el sueño más bonito que había tenido en años.
Espero que esta noche te duermas conmigo, que no quites el brazo de debajo mío para no despertarme hasta que se haga de día. Y que te despiertes antes y me mires dormir y me acaricies la tripa. Y me abraces tan fuerte que cuando cierre fuerte los ojos pueda escuchar a tu corazón latir y me quede dormida.
Buenas noches mi vida. Alioli.
Te azuleo.
Hola mi amor.
Que dura otra noche sin ti. Y otro día que comienza, eso es lo peor...
Ojalá veas lo bien que me sienta tu ropa. Me encanta ponerme tu chaqueta de cuero marrón y aspirar tu olor con toda la capacidad de mis pulmones. Abrazarme a mí misma con los ojos cerrados como si de ti se tratase. Ojalá nunca se le vaya el olor a ti de tu ropa.
Han pasado dos semanas y sigo sin ser capaz de escuchar música. Simplemente no puedo, no soy lo suficientemente fuerte. Tu y yo sabemos que todas las canciones hablan de nosotros y no estoy preparada para escucharlas sin ti. No estoy preparada para dejar de identificarme con ellas. La vida sin música es triste, pero escuchar música sin ti es millones de veces más triste. Hacer cualquier cosa sin ti es millones de veces más triste que la cosa más triste del mundo. A veces creo que ya sólo estoy echa de eso, de tristeza y dolor.
No sabes como echo de menos tu lunar en el labio, era increíblemente perfecto. Tu lunar en la oreja, tus orejas en general... las amo.
No me puedo creer que supieras la sorpresa que te estaba preparando el fin de semana de mi cumpleaños, no me puedo creer que nunca me lo dijeras, que te hicieras el sorprendido para que no me desilusionase. Que me haya tenido que enterar por tu mejor amigo... vaya par de cabrones. Me la disteis pero bien. Que bien nos lo pasamos. Fue el mejor cumpleaños de mi vida. Estaba celebrándolo justo con las personas con las que me apetecía estar, ni una más ni una menos. Mi otra familia. Mis personas más cercanas y de mayor confianza, tú y tus amigos. ¿Podía pedir algo más? Aunque pudiera pedirlo no lo hubiese hecho. Me conformaba con eso. Me hacía feliz. No necesitaba nada más. Nada.
Todo el fin de semana para arriba y para abajo, bebiendo, bailando, cantando, comiendo, durmiendo, haciendo el amor. Y ahora íbamos al Mcdonalds, y ahora comprábamos potitos en el supermercado. Ahora pintábamos las gorras y salíamos todos dando la nota. Y ahora un cubalibre y ahora un rebujito. Y otro. Y otro más. Y ahora un beso y otro. Y un abrazo y un baile. Y pintalabios y risas y más risas. Y ahora invito a la gente a dormir a tu casa como si fuera la mía. Y la lío. Y hago amigos y hago amigas. Y cervezas con tus tíos. Y la feria. Y cervezas los cinco. Y el castillo. Y yo lloro porque estoy triste, no me quiero ir. "Nos veremos pronto," No quería dejar de ser feliz.
A veces me da miedo que se me olvide lo que sentía cuando te tocaba la piel, cuando te acariciaba la cara con mis dedos y pensaba que era lo más bonito que habían tocado nunca. Me da miedo que se me olvide el sonido de tu voz, la melodía de tu risa. Me da miedo que se me olvide como sonaban esos "te quiero, te quiero, te quiero" en tu boca que me volvían loca, loca de amor.
Me da miedo que llegue un día en el que piense que has sido un sueño, que todas las cosas que vivimos tan sólo las había imaginado, como antes de que pasaran. Como antes de que hicieras mis sueños realidad y pasaba años imaginándomelas, imaginando como sería volver a verte, darte un beso o cogerte de la mano. Y un día, sin saber porqué ni cómo, viniste a verme. Me cogiste de la mano a todas horas y me comiste a besos. Nos comíamos a besos mi amor y no necesitaba comer nada más en meses. Me hacías tan feliz. Sólo tu y yo comprendíamos y veíamos la magia de los pequeños detalles. Que me regalabas una piedra con forma de corazón y joder, era el mejor regalo del mundo. No necesitaba más que eso. Que una piedra, que un par de canicas, que un tazo que te había tocado en las patatas. Un dibujo, una nota. Una pulsera fea de cojones de la feria. Una luna que brilla en la oscuridad, un mensaje inesperado. Un pantalón de pijama que te dejaste en mi casa. Un calcetín. Mis calcetines de leopardo. Verte andar en calzoncillos por el pasillo de tu casa. De nuestra casa. Con esos andares que tanto me gustaban, con esos andares tan tuyos. Hacerte de comer mi comida favorita para que la probaras, bocadillos de bacon y pimientos para merendar. Y que te sientes a mirarme cocinar y yo te cante todas las canciones de pereza. Y de vez en cuando un beso. Y comer con cerveza y nunca sin pan. Que me escuches horas y horas todas las historias que te tengo que contar. Subir a tu terraza a fumar. Mirar las estrellas. Inventar constelaciones que nadie nunca había encontrado con nuestras iniciales. Dibujarte corazones en la piel desnuda. Que me des una mano mientras conduces con la otra y me vayas mirando de reojo. Y gritarte "AZUL" cada vez que el semáforo se pone en verde. Y gritarte "AZUL" cada vez que veo algo azul por la calle y quiero que sepas que te estoy queriendo. Y no pedía más, no pedía más que eso, no necesitaba más, joder, ¿Por qué no puedo tenerlo? ¿Acaso no lo merezco? ¿No lo merecíamos?
Sé que disfruté al máximo cada instante que me hiciste disfrutar. Que contigo amaba hacer el amor pero la guerra más. Pero se me ha quedado toda la miel en los labios, quería más, infinitos momentos más. Lo que duele son todas las cosas que no hemos podido hacer ni podremos hacer.
Pero estoy haciendo una lista amor, una lista con todas esas cosas que nos dejamos sin hacer. Que las voy a hacer todas por ti, por los dos. Aunque tenga que comprarme un Bonsai porque estuviste un mes dándome el coñazo con que querías uno. Aunque tenga que ver yo sola toda la lista de películas que nos dejamos pendientes. El viaje a Ibiza, el castillo por dentro, comer bacalos.
Ya no creo en las promesas, pero te aseguro, mi amor que todo lo que consiga a partir de ahora en la vida, todas las metas que alcance, los sueños que cumpla, todo va a ser de los dos. Va a ser un mérito compartido porque sé que vas a estar a mi lado ayudándome a conseguirlo, como siempre. Por eso todo será de los dos. Que la vida y las cosas que tú no has podido tener las tengas en mí. Y te garantizo que no habrá en mi vida una sola cerveza que no me beba por ti y a tu salud. Por todas las que no te has podido beber.
Todas las mañanas y todas las noches lo primero y lo último que hago es besar tu foto de carnet que tengo en la pared justo al lado de mi almohada. Te doy los buenos días y las buenas noches y me quedo mirándote unos segundos. Que guapo estabas joder. Luego miro a la luna que me regalaste porque me dijiste que señalaba la dirección en la que debíamos mirar cada noche antes de dormirnos para sentirnos cerca. Y justo debajo está una foto nuestra y la pulsera. Y en frente de mi cama, un letrero hecho con estrellas azules y blancas que brillan en la oscuridad que pone AZUL. Supongo que ya lo habrás visto. Y supongo que habrá quienes piensen que es contraproducente que te tenga tan presente todo el día, toda la noche. Pero me hace sentir bien vida, me hace sentirte conmigo y no sabes lo mucho que necesito sentirte conmigo.
Quédate siempre conmigo.
Te azuleo, mi amor, con toda la locura de Neptuno. Y te amo.
Alioli vida.

lunes, 2 de noviembre de 2015

Hola vida.
Es la primera vez desde que te fuiste que he reunido el suficiente valor para escribirte más de cinco líneas. Hoy hace exactamente 11 días desde que te apagaste y 15 desde el maldito accidente. 
11 días tristes, eternos. 11 días viviendo en una pesadilla de la que no me puedo despertar, ni si quiera cuando consigo dormirme y la mayoría de las noches sueño que tampoco estás.
Hace 15 días era la persona más feliz del universo. Pero no lo sabía.
No se me quita de la cabeza la última conversación que tuvimos, la última vez que me dijiste "te quiero", la última vez que me sonreíste. Habíamos hecho tantos planes, hablamos de nuestro futuro juntos, de la próxima vez que volveríamos a vernos, de que sólo habían pasado seis días desde que habíamos estado juntos pero ya no aguantábamos lo mucho que nos echábamos de menos. Ese día hablamos sobre nuestros futuros hijos, sobre como se tratarían entre ellos, el ejemplo que teníamos que darles. Hablamos de que al día siguiente al final sí trabajabas. "Menos mal que no has venido a verme este fin de semana entonces, ¿eh?" estúpida de mi, ojalá hubieras venido. No sé cuantas veces me lo dijiste, que yo te necesitaba y que querías venir, que en principio el lunes no trabajabas. "Pero es que a lo mejor el fin de semana que viene te necesito más y necesito más que vengas." Estúpida. Estúpida. Estúpida. Al final el fin de semana siguiente fui yo la que fue a verte, pero para enterrarte.
Y esa despedida por el skype, "me voy a montar en el quad, que ya he conseguido pasar de segunda" me dijiste sonriendo. "Ten cuidado vida, que tienes mucho peligro. Ponte el casco." yo, como siempre, tan precavida. "Si voy a montar por el campo sí, para ir de casa de mi abuela a mi casa no me hace falta". Estúpido. Estúpido. Estúpido. Y "escríbeme que ahora te contesto", "Te quiero", "Te quiero, mi amor." Y nada más colgarte te mandé un mensaje: "Caraculo que eres." Y tú último mensaje antes de subirte al quad: "Tú si que eres una caraculo tonta jajaja"
Media hora después estabas camino del hospital.
¿Quieres saber dónde estaba yo mientras te llevaba la ambulancia? En la puta calle. Sí. Llovía a mares y el agua en las calles me cubría los tobillos pero, ¿sabes? cogí mi paraguas y me fui a dar una vuelta, ¿y sabes por qué? Porque te lo había prometido. Porque en la última conversación que tuvimos me hiciste prometerte que me iría a dar una vuelta para despejarme, para que me diera el aire porque llevaba tres días sin salir de casa y me estaba hundiendo en mi propia mierda. Y llovían chuzos de punta pero me fui a la puta calle sólo porque te lo había prometido. Joder, ¿qué coño pasa con todo lo que tú me habías prometido a mí? Ya no va a cumplirlo nadie. Nunca.
Te llamé dos veces mientras se me mojaban los pies pero no contestaste y al llegar a casa recibo la noticia.
No puedo describir lo que sentí en ese momento. Miedo, miedo y mucho miedo. Pero te juro que con todas mis fuerzas pensaba, estaba segura, de que te ibas a poner bien. Lo sabía. Saqué un billete de ida en tren para el primero que salía a la mañana siguiente y preparé todas mis cosas. Mientras me duchaba pensaba que a finales de esa semana íbamos a dormir en tu casa, que te iba a cuidar todos los días, que cuando te despertaras en el hospital y me vieras te ibas a poner tan feliz... no paraba de imaginarme tu cara.
Esa noche fue larga, pero el viaje hasta que llegué allí mucho más.
¿Te acuerdas que llevaba dos semanas diciéndote que tenía una cosa para ti, una sorpresa? Pues es un libro. Es un libro precioso de poemas cortos. De un autor que siempre escribía en twitter cosas que me recordaban a ti y a mí, y entonces yo las retwitteaba y tú las leías y le dabas a favorito. Y eso me encantaba. Un día descubrí que ese autor había escrito un libro y decidí comprártelo para que lo leyeras cuando estabas en casa y las cuatro paredes te querían comer.
La última vez que fui a verte te pregunté si querías que te llevara el regalo o si preferías que te lo mandara por correo una semana después para que así esparcieras más tiempo mi esencia. Me dijiste que lo preferías por correo, así que aunque ya te lo había comprado, no te lo llevé.
Y el 18 de octubre mientras preparaba las cosas lo metí en mi mochila. Pensaba leértelo todos los días cuando te despertaras en el hospital hasta que te recuperases. Pero ni si quiera lo has visto. Ni si quiera pudiste saber lo que era.
Durante los cuatro días que estuve en el hospital, todos los días cogía un lápiz y te escribía entre los márgenes y los espacios en blanco que había entre las páginas. Te contaba todo lo que pasaba mientras estabas dormido, toda la gente que venía a verte, lo bien que me estaba tratando tu familia, sobretodo tus padres. Lo mucho que me estaba cuidando tu hermana, mucho más que yo a ella y cómo me sentía. Las inmensas ganas que tenía de que te despertaras, de que dijeras lo que fuera, de verte sonreír, de abrazarte y de volver a comerte a besos.
Incrédula de mí. Creía que eso iba a ser como en las pelis, que yo iba a llegar allí, que te iba a dar un beso en los labios, te iba a decir lo muchísimo que te amaba y te ibas a despertar. Y lo hice vida, pero no te despertaste. Nunca.
Todos los días entraba a verte y te decía todo lo que se me pasaba por la cabeza, te hablaba de nosotros, del futuro, del pasado, de tus amigos, de mis amigos, de tu familia, de mi familia. Te daba besos y abrazos y te dibujaba corazones con mi dedo en tu piel desnuda, como cuando estabas conmigo. Pero no funcionaba.
Un día incluso te mordí la oreja, como siempre. Te puse una canción de Bely Basarte que te fui cantando todo el camino de vuelta a casa el sábado de la semana anterior mientras tú conducías en calzoncillos y te hacías el enfadado pero yo me daba cuenta de cómo me mirabas de reojo y sonreías mientras yo entonaba y joder, que canción más bonita. Pero tampoco funcionó.
Te toqué canciones de piano en el hombro, te renegué por hacernos esto, te susurraba una y otra vez todo lo que teníamos que hacer cuando te despertaras.
Te pedía que si me quisieras que te despertaras, porque yo te quería más que a nada. 
Pero ni si quiera nuestro amor pudo salvarte la vida.
Te hice prometerme que te pondrías bien. Te dije que si me lo prometías no te movieras ni hablaras. Y lo hiciste. Y tú y yo siempre nos prometíamos cosas y siempre las cumplíamos. Siempre. Porque tus promesas eran lo que me daba esa seguridad de volver a hacer cosas juntos. estaba segura de que las ibas a cumplir porque confiaba en ti ciegamente. Igual que yo cumplía las mías. Pero no la cumpliste. Y al incumplir esa incumpliste muchísimas otras que me habías hecho a lo largo de este año. Y joder, como me duelen.
Ya no puedo creer en ellas. No quiero que nadie jamás me vuelva a hacer una promesa. Que le jodan a las promesas, que le jodan a todo. Ya no tengo esperanza porque la perdí el 22 de octubre mientras te perdía a ti. Y mientras me perdía yo.
Sabía que te quería con locura, como no he querido a nadie, pero no me imaginaba que te quería tanto. 
Tú sabes lo cristofóbica que era, que no podía ver una iglesia ni de lejos, que me daba pánico ver una virgen, un crucifijo, un santo. Que me subía la temperatura y hasta me salían sarpullidos del miedo que les tenía. Pues cuando estabas en el hospital fui a un convento de monjas de clausura con tu familia, me puse delante de dos cristos gigantes y no se cuántas vírgenes e hice lo más parecido a rezar que he sabido hacer en mi vida. Si hasta tengo una estampa en mi cartera.
Pero eso tampoco funcionó.
Ya no tengo miedo amor. Ya no tengo miedo a nada. Porque lo que más miedo me daba en el mundo era perderte y ahora que te he perdido ya no sé a qué temer. No me asusta morirme y creo que después de esto no me podría pasar nada peor en mi vida, así que lo he perdido todo, incluso el miedo.
Nadie puede imaginarse como me siento. Como me duele el corazón, es insoportable. Es como tenerlo en carne viva remojado en alcohol. Bueno, ni si quiera creo que eso doliese tanto.
La única razón por la que no desearía cambiarme el lugar contigo sería precisamente porque lo último que querría en el mundo es que tú sufrieras lo que estoy sufriendo. No se puede explicar la sensación,
Has sido el hombre de mis sueños durante ocho años, y ahora que por fin te había sacado de ellos y te habías hecho realidad. Ahora que por fin podía besarte, abrazarte, hacer el amor contigo, cogerte de la mano, volar. Ahora que por fin tu me querías, que estaba segura de que iba a poder quedarme a vivir en él, en mi sueño que de repente se había convertido en nuestro... otra vez sólo puedo tenerte en él. Sólo quiero dormir para intentar soñar contigo porque es el único modo que tengo de verte, de tocarte.
Se me está yendo la cabeza mi vida, a veces busco como una desesperada en internet cómo comunicarse con un ser amado que ha fallecido porque no aguanto más no aguanto más sin saber de ti, sin hablar contigo.
Que todas las noches duermo en un ladito de la cama para que te tumbes conmigo. Que me imagino que me abrazas como siempre. Que me paso horas sentada en la orilla del río hablando contigo, aunque no me contestes. Y eso es lo peor, que no me contestas. Que necesito saber que estás ahí aunque no te vea, que no te has ido al cielo o te has convertido en nada. Porque tú no te mereces ser nada, porque tú lo eras todo.
Si existe un cielo o un lugar al que se van los muertos, por favor, no te vayas, No busques la luz, no te marches. Sé que soy una egoísta pero mi amor, por favor, quédate conmigo. Aunque no te vea. Quédate conmigo, que te sienta siempre cerca de mí. Te necesito.
Siempre he escuchado que los espíritus que tienen cosas pendientes en este lado no se pueden ir, y tú tienes una interminable lista de cosas pendientes conmigo, así que me lo debes, joder.
Mi madre me dice que ahora tengo que aprender a interpretar las señales que me mandes para seguir bebiendo de tus consejos y seguir por el camino más indicado. Y te juro que las busco a todas horas.
No sabes como te echo de menos, mi bichito.
Tú y yo sabíamos que teníamos la historia más bonita del mundo. Y de todos los finales que podía haber tenido ha tenido que tener el más triste de todos. El más dramático. El más doloroso.
Y es que ahora mismo siento que sólo soy dolor. Que no hay nada más dentro de mí.
Siento que vivo en una película de llorar y que no puedo salir.
No me puedo creer que te haya visto muerto. Que el último beso que te di ya estabas tan frío como el hielo y que ni si quiera lo pudiste sentir. 
El sábado cuando subí a verte al cementerio vomité. Vomité al imaginarme que ya llevabas siete días ahí dentro, pudriéndote. 
No sé porque me ha dado por escribirte un blog. Supongo que necesito sacar de alguna manera esta presión en el pecho. Canalizarla lo más lejos que pueda. Y aunque te hablo constantemente siempre hay cosas que se me pasan decirte, ojalá puedas leer esto mientras lo escribo, aquí sentado en mi cama conmigo. Ojalá estés pensando en lo fea que estoy cuando lloro y lo bien que me queda tu pantalón del pijama.
No sé como voy a darte las gracias por todo lo que has hecho por mí. Por todo lo que me has dado, lo que me has hecho sentir. Por todo lo que me has querido, porque sé que te has ido queriéndome como nadie, y eso, aunque duela y queme, me ha hecho la persona más feliz.
Ahora te veo en cada cosa azul que me encuentro, en cada número 15. Porque sé que cada vez que veo algo de ese color significa que me estás queriendo, como cuando estábamos juntos.
Lo siento mi amor, pero ahora mismo no tengo más fuerzas para seguirte escribiendo.
Quédate conmigo.
Te azuleo con locura, ya lo sabes.
Alioli.