miércoles, 18 de noviembre de 2015

Mi maestro

Nunca paraste de enseñarme cosas. Me hiciste aprender que había más fuerza en mí misma de la que si quiera sospechaba, me enseñaste a ser grande, a ser valiente. Me enseñaste que los sueños a veces se hacen realidad y que hay deseos que se cumplen, aunque tengas que esperar mucho tiempo para ello, también me enseñaste que esa espera merece la pena. Tú me demostraste lo que es el amor puro, el amor sin límites y la locura que le acompaña siempre. Me enseñaste la magia de los pequeños detalles, de esos que al resto de persona les pasan desapercibidos y les hace aún más especiales.
Y hace un mes me hiciste comprender lo frágil que es la vida, lo delicados que son los sueños que a veces se estampan en la esquina menos esperada y se quedan allí, incrustados, para siempre. Y por eso he aprendido la suma importancia de decir a todas aquellas personas que quieres lo mucho que lo haces todos los días. Que nunca se dan los suficientes besos ni se abraza lo suficientemente fuerte. Que siempre hay cosas que se quedan sin decir y que por desgracia puede llegar un día en el que muera tu oportunidad de decirlas o tu oportunidad de escucharlas. Y después de ese día ya no queda nada.
Lo sé porque tu ausencia es una pesadilla de la que no puedo escapar, intento correr pero me adelanta y cuando llego al final allí está, esperándome. Es horrible saber que por mucho que grite, por mucho que chille hasta quedarme afónica, nunca voy a tener la certeza de que me escuches. De que de verdad oigas todo lo que te digo todos los días. Lo mucho que te amo a todas horas y todas esas cosas que no me dio tiempo a contarte. Y siempre pienso que ojalá estés delante cada una de las veces que te nombro, porque quiero que sepas lo que pensaba, lo que pienso y lo que pensaré de ti hasta el día en que me muera y podamos reencontrarnos cara a cara para poder escuchar tu contestación a todas esas conversaciones en las que no me queda más remedio que hablar sola. Y muero de ganas y de curiosidad por saber lo que pensabas, lo que piensas y lo que pensarás de mí y de esto. Es horrible saber que por muy alto que salte, por muy alto que escale, por muy alto que vuele lo más cerca que estaré de ti será el día en que me suba en un avión y atraviese las nubes. Y ni si quiera tendré la certeza de ello. Antes te tenía a 500 kilómetros y ahora puede que estés a años luz de mis manos. Tú me enseñaste que cuando quieres de verdad a alguien la distancia no es un obstáculo, si no un cúmulo de ganas que estallaban en el segundo en el que por fin nos teníamos en frente. Y no te puedes imaginar la de ganas que tengo acumuladas, y no se cuando van a estallar pero me está costando mucho aguantarlas. Ojalá vinieras a por ellas, porque nadie excepto tú puede quitármelas.
No te puedes imaginar la falta que me hace un poquito de tu amor. Lo que daría por volver a darte un beso.
Gracias por enseñarme a volar sin alas.
Por favor, no pares nunca de enseñarme cosas.
Te azuleo, mi amor, con todas mis fuerzas.
Hoy hace un maldito mes desde la última vez que escuche tu risa, que abrace tu voz. Desde la última vez que me dijiste "te quiero", desde la última vez que soñamos juntos.
Una vez me dijiste que aunque no pudiéramos dormir en la misma cama, si te quería como tú me querías a mí, tendríamos los mismos sueños. Ojalá te vea en ellos esta noche. Y mañana. Y pasado. Y al otro. Porque es el único sitio en el que puedo recordar lo que sentía cuando me mirabas y me derretías el mundo, me parabas el tiempo y me acelerabas el pulso.
Azules noches mi vida. Estés donde estés. Ayúdame a seguir manteniendo el equilibrio.
Te quiero como nadie se quiere, con toda la locura del mundo.
Alioli Lila.


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