domingo, 15 de noviembre de 2015

A los que no te conocían

Eras de esa clase de persona con la que todo el mundo se siente a gusto. Esa con la que no te importa pasar horas y horas porque aunque ni si quiera le conocieras, te ponías a hablar con todo el mundo, de cualquier tema. Siempre con esa sonrisa en la boca que te achinaba los ojos y transmitiendo toda tu energía positiva. Llenabas toda la sala con esa energía, con ese aura que te rodeaba y que iba siempre contigo. Tenías los andares más chulos que yo haya visto jamás, pero no eran unos andares de esos ridículos, lo peor de todo es que te sentaban genial. Eras muy presumido y a la vez inseguro. Había días que no parabas de mirarte en los espejos y tenías épocas de ser un descuidado que ni falta hace mencionar tu barba. Tu manía de dejarte las dos uñas de las manos largas. La del meñique y la del pulgar. Una vez te rompí una sin querer y, madre mía, me lo pensabas recordar hasta la saciedad. Porque otra cosa no, pero eras un máquina recordando cosas. Siempre te acordabas de todo, de todas las fechas de todos los días, de las horas, de los años. Observador y con buena memoria, con que de detalles me contabas las historias. Curioso, que siempre querías aprender cosas nuevas, lo que fuera, lo último que preguntaría alguien, y por nada del mundo tú te ibas a quedar con una duda. Sincero, sincero como nadie. Siempre decías lo que pensabas, sin miedo, sin vergüenza. Si algo te gustaba lo decías claro, si no te gustaba con más razón. Directo. Y eso lo amaba de ti, porque sabía que nunca me ibas a mentir, que no me ibas a decir lo que quisiera oír si no lo que de verdad pensabas. Volcado en los demás, en todas las personas que te rodeaban. Que si cualquiera tenía un problema estabas allí el primero, da igual donde fuese, da igual la hora que fuera, que ibas a hacer todo lo que pudieras por ayudar a esa persona, en lo que necesitara. Y si no estuviera en tu mano le ayudarías a encontrar a alguien en quien sí lo estuviera. Atento, siempre preocupado por la gente que te importaba, siempre pendiente. Cariñoso, cariñoso como nada. Súper achuchable, y eso que estabas más delgado que un palo. Pero como me gustaba abrazar a tus huesitos. Eras la persona más especial que ha existido y existirá en toda la historia del planeta, especial por dentro y especial por fuera. Hacías reír al humor y enamorabas al amor. Volvías loca a la locura. Porque eras un loco, todo te daba igual si priorizabas algo, hacías lo que fuera para conseguirlo. Luchador y trabajador, nunca te rendiste ante la vida, ante sus problemas. Seguías levantándote cada mañana con esa sonrisa pasara lo que pasara y eso era completamente digno de admiración. Eras divertido y espontáneo, y te daba igual dónde estuvieras o con quién, que te apetecía hacer algo, lo hacías y punto. Te encantaba la cerveza, las patatas fritas con aceitunas y mejillones en el aperitivo, las palmeras de chocolate, los regalices rojos y los twists. Del barça, (algo malo tenías que tener), aficionado al fútbol y a los dardos. Y últimamente había conseguido que escucharas rap. Eso era algo muy bueno que tenías, no te cerrabas. Escuchabas distintas opiniones, distintas perspectivas y a veces aprendías y cambiabas tu forma de mirar algunas cosas. Te dejabas empapar por las aportaciones de los demás y dabas la tuya propia. Experto en hacer feliz a la gente que tenías al rededor. Alto y muy delgado, pero de buen comer. Con tu espalda llena de granitos y todos esos lunares. Mis favoritos: los de las orejas y, sobretodo, el de dentro del labio. ¿cómo era posible que tuvieras un lunar tan jodidamente bonito dentro del labio? Y lo más importante, ¿cómo podía alguien no enamorarse de él?. Tenías las manos grandes y ásperas, se notaba a través de ellas que llevabas mucho tiempo trabajando. Moreno, de piel y de pelo, y ojos del color de la cocacola. No tenías mucho, pero todo lo que tenías lo compartías. Generoso y bueno como tú solo. Siempre tenías una palabra amable en la boca para la persona que tuvieses en frente. Y eras leal, leal como ya no los quedan. De esas pocas personas por las que pondrías sin pensártelo ni una milésima la mano en el fuego, el brazo y hasta la cabeza. En realidad eras un tío sencillo y era esa sencillez la que hacía que fuera tan mágico todo lo que hacías, todo el cariño que le ponías, toda la magia que transmitías. Ya te lo he dicho más veces, era imposible no quererte. Que cabezota también eras y orgulloso ni te cuento, un rato largo. Pero si tenías que ceder, cedías. Y como odiaba los días que te ponías en plan pesimista adelantando acontecimientos que transcurrían en tu cabeza y dabas por hecho que ocurrirían. Pero como te comería a besos esa carita de pena que ponías cuando empezabas a estar triste. Y eras el alma de la fiesta, de todas las fiestas. Y si no había fiestas ya las montabas tú. Siempre dispuesto a organizar, a apuntarte a todos los bombardeos que te ofrecieran y más. Y eras como un niño chico, y como te gustaba serlo. Y a mí que lo fueras. Soñador. Bonito por dentro y por fuera y listo, que listo eras. Probablemente me podría rellenar cinco o seis entradas más definiendo lo increíble que eras, y quizás todo esto te sirva para entender por qué me enamoré de ti y de esa locura que contagiaban tus besos, cada momento contigo. Pero sólo voy a decir una cosa más de ti, de las que más me gustaban: TU COLOR FAVORITO ERA EL AZUL.
Y ya sabes que yo te quiero en cada cosa azul.


BRILLANTE. Y que tu luz no se apague jamás.

No hay comentarios:

Publicar un comentario