domingo, 29 de noviembre de 2015

Lágrimas

Cuando has llorado tanto que podías acabar con la sequía del mundo, cuando tus lágrimas se han llegado a juntar con todos los ríos y han subido las mareas del mar, cuando han hecho crecer los océanos, cuando no sabes si lo que cae en la ducha es el agua del grifo o el que sale de tus ojos. Cuando piensas que ya no puedes llorar más, que lo intentas con todas tus fuerzas pero ni si quiera las lágrimas caen ya. Cuando llevas un mes y medio con dolor de cabeza y presión en el estómago, con ganas de vomitar. Cuando la comida ya no te sabe igual, y tu visión se ha convertido en una escala de grises que hace que todo a tu alrededor carezca de color. Cuando sólo quieres gritar y te levantas sin ganas ni de mirarte al espejo. Es entonces cuando te das cuenta de que ya nada podía ser peor. Pero no es verdad, cada día que pasa es más horrible que el anterior. Cada día eres más consciente de que aunque des vueltas hacia atrás, aunque camines de espaldas, aunque le cambies las horas al reloj, destaches los días del calendario, no podrás retroceder en el tiempo. No podrás volver al preciso instante que te traiga de vuelta, que te devuelva a la vida. Y cuanto más lo intentas más te das cuenta de que los días pasan y pasan cada vez más deprisa, que no puedes detenerlos, que se embalan como en una cuesta abajo sin frenos, y te atropellan, te pasan por encima, y no tienes fuerzas para levantarte, que no puedes esquivarlos, apartarte. Que no puedes quedarte parada porque te obligan a rodar con ellos. Malditos días, maldito tiempo.
Ayer estuve en nuestra casa. No puedo describir lo que sentí al sentarme en ese sofá en el que hace un mes y medio nos tumbábamos como si no existiera el mañana, como si se hubiese acabado el mundo y fuésemos los únicos supervivientes. No puedo describir lo que sentí cuando me tumbé en nuestra cama y supe que ya jamás te volverías a tumbar allí conmigo. Subí a la terraza con tu hermana a ver las estrellas como hacíamos y se quedó fascinada de lo bonito que se ve el cielo desde allí arriba, me dijo que ya no podrías ser el padrino de su boda, que ya no podrás darle sobrinos.
Tus perros también te echan de menos, que ayer hacían guardia en la puerta de tu habitación por si volvías, por si aparecías.
Y tus padres... que te han criado en esa casa, en esa ciudad. Cada esquina es un recuerdo, que aunque a la larga será bonito hoy nos quema como el fuego, y ni si quiera todas las lágrimas que lloramos son capaces de apagarlo.
Que difícil entrar en la cocina y ver los paquetes de palomitas encima de la encimera que ya no te vas a comer conmigo, tu toalla colgada en la percha del baño, las luces fundidas que nos fuimos sin arreglar, como la persiana de tu cuarto.
Que duro es ir a tu pueblo y en vez de darte una sorpresa tener que subir al cementerio a limpiar las flores secas que rodean ese frío lugar en el que ahora vives, en el que te vas pudriendo si es que todavía queda algo de ti allí dentro. Es injusto, por no decir una puta mierda.
Y cuando pienso que yo también me he secado como esas flores, que ya no me quedan lágrimas en los ojos, que ya sólo seré un 5% agua, sigo llorando. Y lloro a mares, que las hormigas deben pensar que está lloviendo . Y no puedo parar, no puedo imaginarme el día en el que las lágrimas dejen de brotar de mis ojos, el día en el que pueda dormir una noche seguida sin despertarme, el día en el que esta angustia me abandone, en el que deje de apretar la frente y pare este dolor de cabeza. A veces pienso que ese día llegará el día que me apague, el día que sepa que me voy contigo, allí donde estés. El día que sabré que podrás consolarme. El día que me muera. Y ese día no quiero que los de mi alrededor se pongan tristes, que sientan lo que yo estoy sintiendo ahora, porque yo ese día seré feliz, feliz de reencontrarme con el amor de mis sueños, porque ese día empezaré otra vez a vivir.
Te quiero mi vida, tan azul como siempre.
Alioli

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