viernes, 6 de noviembre de 2015

Siempre hay una penúltima vez para todo

Hola mi vida
ya casi me he acostumbrado a este dolor de barriga que tengo desde que te fuiste.
Hoy me han dado mi regalo de cumpleaños, ese en el que tú también participaste y me ha encantado. Me encanta que me sigan llegando regalos encargados por ti incluso aunque tú ya no puedas dármelos. Como la bufanda de tu abuela y lo de hoy. Que rabia que ya no puedas mandarme todas esas cosas que no te dio tiempo a preparar. El anillo grabado, la eterna carta de amor que me decías que me ibas a escribir contándome cada uno de tus sentimientos y pensamientos sobre mí, Dios creo que todos los días pienso en esa carta. Ojalá la hubieras escrito. Ojalá alguien la encuentre un día ordenando tus cosas y me la haga llegar. Ojalá.
Mil veces te quedabas callado cuando me llevabas en el coche a la estación, mil veces te decía que cuando me subiera al autobús me ibas a querer decir millones de cosas que no me estabas diciendo cuando tenías la oportunidad y en vez de eso te quedabas callado, mirándome de reojo, triste de saber que se acercaba la despedida. "No importa, porque pronto te escribiré la carta y lo leerás todo." Mierda. Todos los "pronto" que salieron de tu boca ese fin de semana me parecen el tiempo más lejano del mundo. Cómo íbamos si quiera a imaginar que esos "pronto" significaban en realidad "nunca", jamás.
"No llores que te prometo que nos vamos a ver pronto" Es lo último que me dijiste en persona en la estación, me abrazaste con fuerza y me besaste con pasión. El último abrazo de toda mi vida. De toda la tuya.
Jamás volvimos ni volveremos a besarnos con pasión, ni si quiera sin ella.
Recuerdo que todo el camino hacia la estación fuimos haciendo planes con el calendario en la mano, marcando los fines de semana de todos los meses hasta mediados del año que viene que íbamos a vernos. Todas las cosas que haríamos. Cómo conseguiríamos el dinero para hacerlo. Se te ponían los ojos brillantes de pensar en todo lo que teníamos por delante, tantos meses para hacer tantas locuras que parecía un sueño. Y el sueño se volvió pesadilla. Y todavía no me despierto, sé que no podré despertarme nunca.
Cómo imaginar si quiera que era la última vez que me llevabas en coche. La última vez que escuchamos una canción juntos en la radio, la última vez que me limpiabas las lágrimas de la despedida, que me decías lo mucho que me ibas a echar de menos. La última vez que me cogiste la mano. La última vez que te veía con los ojos abiertos y con esa sonrisa contagiosa en la boca. Y de tu boca a la mía. Y abrazos fuertes, muy fuertes, para guardarlos hasta la próxima vez que volviéramos a vernos. Joder, tenía que haberte abrazado trillones de veces más fuerte.
Pero remontémonos a ese fin de semana.
Cómo se me iba si quiera a pasar por la cabeza que era la primera y la última vez que íbamos al cine juntos. La primera y última vez que me acoplaba a una cena con todos tus amigos a los que apenas conocía. "Nunca he llevado a una novia a cenar y pasar tanto tiempo con mis amigos" me dijiste nervioso esa tarde. "No me digas eso que ya llevo bastante presión" y acabé jugando con ellos al futbolín y tu haciéndonos vídeos a cámara lenta. La última vez que me hacías un vídeo.
Como iba a pensar que aquella vez era la última que me hacías el amor. La última. Imposible. Si no había nada mejor en el mundo que hacer el amor contigo. Daba igual la hora que fuera, el sitio en el que estuviéramos, cuánta gente nos estuviera esperando. Siempre era perfecto.
Y siempre me decías "te debo uno". Me lo deberás siempre. Y mis siete millones de besos. Joder, eso sí que me jode. Los siete millones de besos que me debías y no me diste. Ha sido mi mayor ruina. El mayor agujero negro que le podías dejar a estos labios.
Y eso que me habías prometido que siempre sería la penúltima vez para todo. Pasase lo que pasase. Me lo prometiste joder y yo estaba tan segura de que ibas a cumplirlo, pero tan segura que no podía tener miedo de que no lo hicieras. Estaba tranquila. Sabía que pasase lo que pasase sólo sería la penúltima vez que me hacías el amor, que me dabas un beso y me mordías el pircing. La penúltima vez que nos tomábamos una cerveza, nos echábamos un baile, una partida a las palas. Y ni si quiera teníamos pelota, usamos un paquete de kleenex que tenías en el coche, pero fue la mejor partida de palas de mi vida. Pero ninguna de esas veces era la penúltima. Aunque así nos lo creyéramos. Nunca volveríamos ni volveremos a hacerlo. Y "nunca" es la palabra más dura que alguien pueda pronunciar jamás.
"Nunca digas nunca" te decía yo siempre. "Que no puedes saber lo que va a pasar". Y nunca te dejaba decirlo. Yo ahora lo digo todos los días. Porque es verdad que no puedo saber lo que va a pasar. Pero sí puedo saber lo que no va a pasar. Y nunca volveremos a hacer todas esas cosas que me hacían tan, pero tan feliz. ¿Y sabes por qué? Porque las hacía contigo. Por todo eso que me trasmitías mientras las estábamos haciendo. Eso que nunca ha conseguido ni conseguirá nadie.
Siempre te lo dije y siempre lo diré, teníamos la historia de amor más bonita del mundo. La más bonita. Y aunque no era perfecta, ni si quiera era fácil. Más bien era todo lo contrario de fácil. Tengo que estarte infinitamente agradecida porque luchaste por ella hasta el final. Hasta el final, mi amor. Hasta el último de tus días luchaste para poder estar conmigo, para hacerme feliz. Querías que lo dejara todo para estar contigo y quererte y amarte hasta el último de tus días. Y lo conseguiste, mi vida. Hasta el último segundo estuve contigo. Ojalá lo sepas. Y ojalá te quedes conmigo hasta el último de los míos. Y ojalá lo sepa.
Ya lo único que me consuela es pensar que esta noche será la penúltima vez que sueñe contigo. Y todas las noches.
Y que todas las últimas veces vuelvan a repetirse en mis sueños. No dejaré de soñarte nunca, porque si no es contigo no es un sueño.
Azules noches, mi vida.
Te amo con locura.
Alioli.


No hay comentarios:

Publicar un comentario