lunes, 2 de noviembre de 2015

Hola vida.
Es la primera vez desde que te fuiste que he reunido el suficiente valor para escribirte más de cinco líneas. Hoy hace exactamente 11 días desde que te apagaste y 15 desde el maldito accidente. 
11 días tristes, eternos. 11 días viviendo en una pesadilla de la que no me puedo despertar, ni si quiera cuando consigo dormirme y la mayoría de las noches sueño que tampoco estás.
Hace 15 días era la persona más feliz del universo. Pero no lo sabía.
No se me quita de la cabeza la última conversación que tuvimos, la última vez que me dijiste "te quiero", la última vez que me sonreíste. Habíamos hecho tantos planes, hablamos de nuestro futuro juntos, de la próxima vez que volveríamos a vernos, de que sólo habían pasado seis días desde que habíamos estado juntos pero ya no aguantábamos lo mucho que nos echábamos de menos. Ese día hablamos sobre nuestros futuros hijos, sobre como se tratarían entre ellos, el ejemplo que teníamos que darles. Hablamos de que al día siguiente al final sí trabajabas. "Menos mal que no has venido a verme este fin de semana entonces, ¿eh?" estúpida de mi, ojalá hubieras venido. No sé cuantas veces me lo dijiste, que yo te necesitaba y que querías venir, que en principio el lunes no trabajabas. "Pero es que a lo mejor el fin de semana que viene te necesito más y necesito más que vengas." Estúpida. Estúpida. Estúpida. Al final el fin de semana siguiente fui yo la que fue a verte, pero para enterrarte.
Y esa despedida por el skype, "me voy a montar en el quad, que ya he conseguido pasar de segunda" me dijiste sonriendo. "Ten cuidado vida, que tienes mucho peligro. Ponte el casco." yo, como siempre, tan precavida. "Si voy a montar por el campo sí, para ir de casa de mi abuela a mi casa no me hace falta". Estúpido. Estúpido. Estúpido. Y "escríbeme que ahora te contesto", "Te quiero", "Te quiero, mi amor." Y nada más colgarte te mandé un mensaje: "Caraculo que eres." Y tú último mensaje antes de subirte al quad: "Tú si que eres una caraculo tonta jajaja"
Media hora después estabas camino del hospital.
¿Quieres saber dónde estaba yo mientras te llevaba la ambulancia? En la puta calle. Sí. Llovía a mares y el agua en las calles me cubría los tobillos pero, ¿sabes? cogí mi paraguas y me fui a dar una vuelta, ¿y sabes por qué? Porque te lo había prometido. Porque en la última conversación que tuvimos me hiciste prometerte que me iría a dar una vuelta para despejarme, para que me diera el aire porque llevaba tres días sin salir de casa y me estaba hundiendo en mi propia mierda. Y llovían chuzos de punta pero me fui a la puta calle sólo porque te lo había prometido. Joder, ¿qué coño pasa con todo lo que tú me habías prometido a mí? Ya no va a cumplirlo nadie. Nunca.
Te llamé dos veces mientras se me mojaban los pies pero no contestaste y al llegar a casa recibo la noticia.
No puedo describir lo que sentí en ese momento. Miedo, miedo y mucho miedo. Pero te juro que con todas mis fuerzas pensaba, estaba segura, de que te ibas a poner bien. Lo sabía. Saqué un billete de ida en tren para el primero que salía a la mañana siguiente y preparé todas mis cosas. Mientras me duchaba pensaba que a finales de esa semana íbamos a dormir en tu casa, que te iba a cuidar todos los días, que cuando te despertaras en el hospital y me vieras te ibas a poner tan feliz... no paraba de imaginarme tu cara.
Esa noche fue larga, pero el viaje hasta que llegué allí mucho más.
¿Te acuerdas que llevaba dos semanas diciéndote que tenía una cosa para ti, una sorpresa? Pues es un libro. Es un libro precioso de poemas cortos. De un autor que siempre escribía en twitter cosas que me recordaban a ti y a mí, y entonces yo las retwitteaba y tú las leías y le dabas a favorito. Y eso me encantaba. Un día descubrí que ese autor había escrito un libro y decidí comprártelo para que lo leyeras cuando estabas en casa y las cuatro paredes te querían comer.
La última vez que fui a verte te pregunté si querías que te llevara el regalo o si preferías que te lo mandara por correo una semana después para que así esparcieras más tiempo mi esencia. Me dijiste que lo preferías por correo, así que aunque ya te lo había comprado, no te lo llevé.
Y el 18 de octubre mientras preparaba las cosas lo metí en mi mochila. Pensaba leértelo todos los días cuando te despertaras en el hospital hasta que te recuperases. Pero ni si quiera lo has visto. Ni si quiera pudiste saber lo que era.
Durante los cuatro días que estuve en el hospital, todos los días cogía un lápiz y te escribía entre los márgenes y los espacios en blanco que había entre las páginas. Te contaba todo lo que pasaba mientras estabas dormido, toda la gente que venía a verte, lo bien que me estaba tratando tu familia, sobretodo tus padres. Lo mucho que me estaba cuidando tu hermana, mucho más que yo a ella y cómo me sentía. Las inmensas ganas que tenía de que te despertaras, de que dijeras lo que fuera, de verte sonreír, de abrazarte y de volver a comerte a besos.
Incrédula de mí. Creía que eso iba a ser como en las pelis, que yo iba a llegar allí, que te iba a dar un beso en los labios, te iba a decir lo muchísimo que te amaba y te ibas a despertar. Y lo hice vida, pero no te despertaste. Nunca.
Todos los días entraba a verte y te decía todo lo que se me pasaba por la cabeza, te hablaba de nosotros, del futuro, del pasado, de tus amigos, de mis amigos, de tu familia, de mi familia. Te daba besos y abrazos y te dibujaba corazones con mi dedo en tu piel desnuda, como cuando estabas conmigo. Pero no funcionaba.
Un día incluso te mordí la oreja, como siempre. Te puse una canción de Bely Basarte que te fui cantando todo el camino de vuelta a casa el sábado de la semana anterior mientras tú conducías en calzoncillos y te hacías el enfadado pero yo me daba cuenta de cómo me mirabas de reojo y sonreías mientras yo entonaba y joder, que canción más bonita. Pero tampoco funcionó.
Te toqué canciones de piano en el hombro, te renegué por hacernos esto, te susurraba una y otra vez todo lo que teníamos que hacer cuando te despertaras.
Te pedía que si me quisieras que te despertaras, porque yo te quería más que a nada. 
Pero ni si quiera nuestro amor pudo salvarte la vida.
Te hice prometerme que te pondrías bien. Te dije que si me lo prometías no te movieras ni hablaras. Y lo hiciste. Y tú y yo siempre nos prometíamos cosas y siempre las cumplíamos. Siempre. Porque tus promesas eran lo que me daba esa seguridad de volver a hacer cosas juntos. estaba segura de que las ibas a cumplir porque confiaba en ti ciegamente. Igual que yo cumplía las mías. Pero no la cumpliste. Y al incumplir esa incumpliste muchísimas otras que me habías hecho a lo largo de este año. Y joder, como me duelen.
Ya no puedo creer en ellas. No quiero que nadie jamás me vuelva a hacer una promesa. Que le jodan a las promesas, que le jodan a todo. Ya no tengo esperanza porque la perdí el 22 de octubre mientras te perdía a ti. Y mientras me perdía yo.
Sabía que te quería con locura, como no he querido a nadie, pero no me imaginaba que te quería tanto. 
Tú sabes lo cristofóbica que era, que no podía ver una iglesia ni de lejos, que me daba pánico ver una virgen, un crucifijo, un santo. Que me subía la temperatura y hasta me salían sarpullidos del miedo que les tenía. Pues cuando estabas en el hospital fui a un convento de monjas de clausura con tu familia, me puse delante de dos cristos gigantes y no se cuántas vírgenes e hice lo más parecido a rezar que he sabido hacer en mi vida. Si hasta tengo una estampa en mi cartera.
Pero eso tampoco funcionó.
Ya no tengo miedo amor. Ya no tengo miedo a nada. Porque lo que más miedo me daba en el mundo era perderte y ahora que te he perdido ya no sé a qué temer. No me asusta morirme y creo que después de esto no me podría pasar nada peor en mi vida, así que lo he perdido todo, incluso el miedo.
Nadie puede imaginarse como me siento. Como me duele el corazón, es insoportable. Es como tenerlo en carne viva remojado en alcohol. Bueno, ni si quiera creo que eso doliese tanto.
La única razón por la que no desearía cambiarme el lugar contigo sería precisamente porque lo último que querría en el mundo es que tú sufrieras lo que estoy sufriendo. No se puede explicar la sensación,
Has sido el hombre de mis sueños durante ocho años, y ahora que por fin te había sacado de ellos y te habías hecho realidad. Ahora que por fin podía besarte, abrazarte, hacer el amor contigo, cogerte de la mano, volar. Ahora que por fin tu me querías, que estaba segura de que iba a poder quedarme a vivir en él, en mi sueño que de repente se había convertido en nuestro... otra vez sólo puedo tenerte en él. Sólo quiero dormir para intentar soñar contigo porque es el único modo que tengo de verte, de tocarte.
Se me está yendo la cabeza mi vida, a veces busco como una desesperada en internet cómo comunicarse con un ser amado que ha fallecido porque no aguanto más no aguanto más sin saber de ti, sin hablar contigo.
Que todas las noches duermo en un ladito de la cama para que te tumbes conmigo. Que me imagino que me abrazas como siempre. Que me paso horas sentada en la orilla del río hablando contigo, aunque no me contestes. Y eso es lo peor, que no me contestas. Que necesito saber que estás ahí aunque no te vea, que no te has ido al cielo o te has convertido en nada. Porque tú no te mereces ser nada, porque tú lo eras todo.
Si existe un cielo o un lugar al que se van los muertos, por favor, no te vayas, No busques la luz, no te marches. Sé que soy una egoísta pero mi amor, por favor, quédate conmigo. Aunque no te vea. Quédate conmigo, que te sienta siempre cerca de mí. Te necesito.
Siempre he escuchado que los espíritus que tienen cosas pendientes en este lado no se pueden ir, y tú tienes una interminable lista de cosas pendientes conmigo, así que me lo debes, joder.
Mi madre me dice que ahora tengo que aprender a interpretar las señales que me mandes para seguir bebiendo de tus consejos y seguir por el camino más indicado. Y te juro que las busco a todas horas.
No sabes como te echo de menos, mi bichito.
Tú y yo sabíamos que teníamos la historia más bonita del mundo. Y de todos los finales que podía haber tenido ha tenido que tener el más triste de todos. El más dramático. El más doloroso.
Y es que ahora mismo siento que sólo soy dolor. Que no hay nada más dentro de mí.
Siento que vivo en una película de llorar y que no puedo salir.
No me puedo creer que te haya visto muerto. Que el último beso que te di ya estabas tan frío como el hielo y que ni si quiera lo pudiste sentir. 
El sábado cuando subí a verte al cementerio vomité. Vomité al imaginarme que ya llevabas siete días ahí dentro, pudriéndote. 
No sé porque me ha dado por escribirte un blog. Supongo que necesito sacar de alguna manera esta presión en el pecho. Canalizarla lo más lejos que pueda. Y aunque te hablo constantemente siempre hay cosas que se me pasan decirte, ojalá puedas leer esto mientras lo escribo, aquí sentado en mi cama conmigo. Ojalá estés pensando en lo fea que estoy cuando lloro y lo bien que me queda tu pantalón del pijama.
No sé como voy a darte las gracias por todo lo que has hecho por mí. Por todo lo que me has dado, lo que me has hecho sentir. Por todo lo que me has querido, porque sé que te has ido queriéndome como nadie, y eso, aunque duela y queme, me ha hecho la persona más feliz.
Ahora te veo en cada cosa azul que me encuentro, en cada número 15. Porque sé que cada vez que veo algo de ese color significa que me estás queriendo, como cuando estábamos juntos.
Lo siento mi amor, pero ahora mismo no tengo más fuerzas para seguirte escribiendo.
Quédate conmigo.
Te azuleo con locura, ya lo sabes.
Alioli.

No hay comentarios:

Publicar un comentario