domingo, 8 de noviembre de 2015

El destino

Cada segundo que pasa y no puedo hablar contigo se vuelve una eternidad, vida.
Como echo de menos el sonido de tu voz, no había mejor música para mis oídos que la melodía de tu risa. Y no se que hacer mi amor, no se que hacer para acostumbrarme a vivir sin ella. O desacostumbrarme a ti. Tenías todo lo que necesitaba en alguien para que me hiciese feliz. Y es que eras un amor. Eras el amor en persona. Que suerte tenía de poder besar al amor en los labios. Que el amor me dijera que me quería. No puedo vivir sin amor. Nadie puede. Siento como mi alma se va haciendo pedazos, cada vez más pequeños y más pequeños, incluso algunos ya han desaparecido y son microscópicos, no creo que pueda volver a contar con ellos. Y aquí estoy, con los trozos que aun me quedan de mí, intentando pegarlos a tus recuerdos para poder levantarme de la cama una vez más, practicar la mejor sonrisa que puedo frente al espejo y esperar a que pasen las horas, los minutos y los segundos, sin más. Sin sentido alguno. Desorientada. Porque no se ni dónde estoy ni donde voy, ni donde debería ir. Lo único que me apetece es estar contigo, lo que daría por estar contigo otra vez en ese maravilloso y último fin de semana que pasamos juntos. Menos mal que fui a verte. Menos mal, vida.
Nunca te dije que me había enamorado de ti, porque ni si quiera yo quería verlo. Pero joder que si lo estaba, que si lo estoy. ¿Cómo se desenamora alguien de un muerto? ¿Por qué te has tenido que morir? Todas las mañanas cuando me despierto pienso: "Ya falta un día menos para vernos, mi amor." Y ojalá así sea, y ojalá me quieras si me muero vieja y fea. Y tú seguirás teniendo 23 años. ¿Cómo se puede morir alguien con 23 años? Es jodida y completamente antinatural. Tenías tantas cosas que hacer, tanto por vivir... ya no sólo conmigo, si no tu vida entera. Tu puta vida entera que ya no es nada. Ya no eres vida. Ni si quiera sé lo que eres.
Que ingenuos somos, planeamos toda nuestra vida, vivimos condicionados por unas normas, por unas bases sociales y económicas que tenemos que seguir, y nos pasamos toda ella pensando en el futuro, en los días que vendrán, inconscientes de lo frágil que es. De que al final está única y exclusivamente en las manos del destino. Y no hay nada por encima de él, ni si quiera ese a quien llamáis "Dios".
La vida es un viaje, y contigo a bordo mi trayecto era el destino.
Ya no tengo ni destino. Ya no sé ni lo que tengo. Si te soy sincera me da igual, me da igual todo. Lo peor ya ha llegado y se va a quedar porque tu te has ido.
El destino... ese grandísimo hijo de puta.
Y nadie puede huir de él, nadie puede escapar de su propia historia. Ni si quiera el amor.


No hay comentarios:

Publicar un comentario