martes, 1 de diciembre de 2015

El corazón congelado

¿Sabes ese frío que se te cala hasta los huesos y no te deja ni moverte? Ese frío que no te deja respirar sin que te duela la nariz, que te congela hasta los pulmones. Ese frío que te hace tiritar por dentro, que por muchas capas de ropa que lleves, por muchos pares de calcetines que te hayas puesto, no te lo consigues sacar de dentro. Ese es el frío que siento desde que te fuiste, un frío intenso, un frío inmenso. Ese frío que no se va ni con el agua caliente de la ducha, ni con dos millones de mantas en la cama. Ese frío que no hay calefacciones que lo calmen, que no hay sol suficiente que lo queme. Ese maldito frío que vive en mi y me acompaña siempre a donde quiera que vaya. Que no hay ejercicio físico que me haga sudar lo suficiente como para echarle, ni comida lo suficientemente caliente para derretir el hielo que me envuelve por dentro. Es como si el invierno hubiese decidido quedarse a vivir conmigo, que no hay otoños, primaveras o veranos que lo puedan sustituir. Es un frío tan, tan frío que te quema, que te quema hasta el alma, te desgarra los huesos, te petrifica las mariposas del estómago y las va matando lentamente. Un frío que convierte tu corazón en un caos de hielo. Un frío aterrador, que desespera. Un frío que necesita tu calor.



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