Odio el mes de mayo. El agobio de los exámenes y la cuenta atrás de otro cumpleaños que tampoco podrás celebrar, que ni si quiera vas a cumplir. Y después de tanto tiempo me sigo enfadando contigo por haberme dejado sola, por no estar conmigo en mis días malos, en mis días en general. Por todo lo que no hemos hecho y lo que nunca haremos. Por lo que nunca harás. Por lo que hicimos. Y es que se me sigue volcando el corazón cada vez que algo hace que te recuerde fuerte, y es que nunca te olvido. Aunque intente distraerme, aunque siga con mi vida. El dolor que me has dejado es como un ruido que me machaca los oídos y que siempre está retumbando en mi cerebro. Un ruido que no puedo callar. Que supongo que tampoco quiero. Que después de tanto tiempo te sigo queriendo y joder, como duele quererte tanto.
Ayer volví a jugar a los dardos. No había sido capaz desde ese verano, desde esas partidas. Y tenía unas inmensas ganas de llorar pero, como casi siempre, tragué saliva, bebí cerveza y apunté con el dardo al centro de la diana recordando cada vez que intentaste enseñarme a jugar. Y, ¿sabes qué? Ganamos la partida.
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