jueves, 16 de junio de 2016

Felicidad

Me encantaría poder llamarte ahora mismo, tumbarme con la cabeza colgando y los pies sobre el cabecero del sofá, apagar la luz y susurrarte todo lo que íbamos a hacer este verano. Como hace un año, ¿te acuerdas? nos daban las 4 o las 5 de la mañana planeando cosas, contándonos historias. A veces te colgaba y me ponía a dibujar, te escribía cartas o incluso canciones, esperando a que fuera la hora de volverte a llamar para despertarte antes de que te fueras a trabajar.
Me encantaba tumbarme en el sofá con los ojos cerrados escuchando tu voz en mi oído, imaginando que estabas tumbado conmigo, que estábamos tan cerca... a veces miraba por la ventana el cielo y me gustaba saber que esas mismas estrellas estaban sobre tu cama. Y siempre, siempre, siempre nos decíamos: un día menos para vernos.
Saber eso era jodidamente genial. Pasara lo que pasara, por muy malo que hubiese sido el día, eran 24 horas menos para estar juntos. Y es que era raro, ¿no?, cuándo nos veíamos, me refiero. Sentir como si los planetas se alinearan en mi estómago, las mariposas huracanadas en mi pecho. Llegando a la estación se me secaba la boca, a penas podía tragar saliva. Era como una sensación de adrenalina que me recorría las manos, los pies. Como esos nervios tontos antes de salir a hacer una obra de teatro, que hacen que necesites ir al baño 15 veces en 10 minutos. Inquietud, curiosidad, ilusión, impaciencia, ganas, nerviosismo. Una mezcla explosiva que no me cabía en el cuerpo pero que sólo duraba hasta que sentía tu abrazo y olía tu ropa. Entonces todas esas sensaciones se convertían en una sola: FELICIDAD.

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