lunes, 11 de enero de 2016

Las segundas partes nunca fueron buenas

Hola Lila,
no sabes cuántos días llevo con ganas de escribirte, todas las cosas preciosas que pienso en mi cabeza para decirte, pero cuando llega el momento de ponerme a escribir... no se me ordenan las ideas.
¿Sabes? ayer volví a ir a esa zona rocosa que te enseñé la última vez que viniste a verme, están rodeándolo de vayas pero son muy cutres. Ojalá las hubiesen puesto azules.
Ya casi han pasado tres meses y sigo teniendo esa horrible sensación al despertarme, esa horrible sensación que me recuerda que ya no estás, que te he perdido para siempre. ¿Por qué? Si sólo íbamos a hacernos felices.
A veces pienso que teníamos una historia tan bonita que la muerte nos tenía envidia, que en el fondo ella también está enamorada de la vida y tampoco puede tenerla, y no quiso que nos tuviéramos. O tal vez de quien estaba enamorada era de ti, y no puedo culparla, porque yo tampoco pude evitar que me pasara a mí.
A veces deseo no haber sabido nunca que te has muerto. Que alguien me hubiese dicho que te has marchado, lejos, muy lejos. A trabajar, a estudiar, que te hubieses metido en una secta de esas que comen la cabeza, y que no te dejasen hablar con nosotros. Sospecharía porque tú eras millones de veces más listo que esas cosas, pero cualquier cosa que me diera una mínima esperanza cada día de volver a verte, sería mejor que vivir con la certeza de haberme perdido ver envejecer las arrugas de tu sonrisa.
No te puedes imaginar lo difícil que es la vida ahora, la extraña sensación que envuelve todo lo que hago, lo que pienso, lo que siento. Nada parece real, ni si quiera cuando el sol me moja la cara o la lluvia me calienta la espalda cuando el aire parece volverse loco a mi alrededor.
¿Sabes cuando ves un atardecer espectacular, de esos con el cielo magenta y las nubes rosas, cuando el sol se va escondiendo en la profundidad del mar, y parece un cuadro perfecto que alguien ha pintado destacando a pinzaladas cada detalle que hace que se inmortalice el momento?, ¿Sabes lo que te digo, no? Esos atardeceres tan bonitos que parecen de mentira, que parecen de verdad un cuadro expuesto en un museo.
Pues así siento yo que se ha vuelto mi vida, no dentro de un cuadro, porque está en continuo movimiento, si no como si fuera una película. Como si un día la tele me hubiese absorbido y por desgracia estaban echando una peli de esas de sofá y manta, que ni si quiera te hacen falta las palomitas porque sabes que vas a llorar desde que empieza y envidias las escenas más bonitas hasta que llega el trágico final triste en el que ninguno de los personajes son felices ni comen perdices por el resto de sus días. La diferencia es que cuando ves la película desde fuera, piensas que el final se queda ahí, apagas la tele y continúas con tu vida. Pero cuando tu vida se ha convertido en ese final, ese final no ha sido más que el principio, y ese final no era lo peor. Lo peor es continuar con el mismo principio sufriendo todas las consecuencias que te ha dejado ese puto final que, ni esperabas ni querías. Y los espectadores no lo saben, porque nunca hacen segundas partes de las películas para explicarte como los personajes resolvieron su vida, como lo superaron, como consiguieron seguir llevando un pasado tan triste a sus espaldas. Ojalá las hicieran porque ahora tengo que vivir mi propia segunda parte y no tengo ni idea de cómo hacerlo, de donde sacar las ganas. Ni si quiera tengo curiosidad por saber como será. Porque no sé nada del argumento de mi segunda parte pero, lo único que sé es que tú no estarás y me parece suficiente para saber que no merecerá la pena estrenarla en una alfombra roja.
Tengo tantas cosas que contarte. Tantas ganas de unos 'buenos días, pelirroja' que ya no pueden ser buenos.
Te quiero tanto que no sabías cuanto.
AZUL, AZUL, AZUL.
Alioli vida, guárdame contigo.

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