viernes, 11 de marzo de 2016

Tenía tanto para ti

Tenía un corazón que latía por ti,
una sonrisa que me hacía emperatriz de millones de vidas junto a ti.
Tenía mil noches en vela pegada al otro extremo de esa red,
mil millones de caricias guardadas durante años para ti.
Tenía una mirada que viajaba en el tiempo y cien mil besos que se transportaban en él.
Tenía el minutero de tu reloj interno en la punta de mi lengua, la felicidad extrema en las yemas de mis dedos.
Tenía un calendario sin días, un espejo en tus pupilas donde mirarme.
Tenía cientos de promesas esperando ser cumplidas, un destino alcanzado, un regalo que eran tus abrazos.
Tenía un secreto que era tu nombre, un deseo concedido, una eternidad que quería a tu lado.
Tenía una vida que darte, unos ojos en los que mirarte, unos labios para besarte.
Tenía una cama que era un palacio, unos recuerdos que eran tesoros.
Tenía un abrigo que eran tus brazos, una voz que gritaba te amo.
Tenía una revolución en la cabeza, una democracia en el pecho.
Tenía una guerra con tus sábanas, la paz en tu suelo.
Tenía una estrella de guía, una luna donde dormía, un cielo en el que vivía.
Tenía una casa en tus manos, un hogar en el extremo de tus labios.
Tenía una melodía que envolvía los días que me tocabas, una armonía que vivía en cada palabra que pronunciabas.
Tenía sueños de esos que parecen dulces, regalices en el pelo y alegría entre los dientes.
Tenía una lucha contra la mentira, un pacto con la sinceridad y una realidad paralela.
Tenía una conciencia enamorada y un corazón que se preguntaba cómo.
Tenía un pulmón que aspiraba tu olor y otro que respiraba tus sueños.
Tenía lo único que me dió alas cuando me sentía atada, lo único que me hizo volar, viajar por el universo sin separarme del suelo.
Tenía el amor entre los dedos, el amor enseñándome que era bueno, lo que era amar.
Tenía cien mil intenciones de hacerte brillar, de verte bailar con la idea de querernos para siempre.
Tenía un cenicero donde apagaba mis miedos, un cajón donde encerraba mis infiernos.
Tenía un ángel que me decía que te quisiera y un demonio que te enloqueciera.
Tenía la cordura que necesitaba, la locura que ansiaba.
Tenía el maestro de mil lenguas, los idiomas de otros planetas.
Tenía un billete de ida hasta Neptuno y uno de vuelta que no volvía.
Tenía una canción que me conocía y un libro que me leía.
Tenía una calma que me abatía y una tempestad que me encantaba.
Tenía un papel que me escribía y un color que me pintaba.
Tenía un mar sin lágrimas y un desierto inundado.
Tenía un mundo a tu lado y un final absurdo sin ti.
Tenía la felicidad en los pies y la eternidad en tus manos.
Tenía tanto en mi alma que ya no es ni alma sin ti.

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